Mario Barghomz
mbarghomz2012@hotmail.com
Esta moda, política, tendencia, afán o activismo (sincero o mediático), preocupación (honesta o mentirosa) y hasta mercado (por cierto muy lucrativo para tiendas y empresas que hoy no dan bolsas sino las venden) intencionalmente ocupado en los dilemas actuales sobre la Naturaleza; tuvo su origen luego de ciertas denuncias sobre la contaminación del ambiente y el agua debido a los desechos tóxicos y al uso constante y excesivo de hidrocarburos en el uso industrial de toda la maquinaria heredada del siglo XIX y que prevaleció, creció y se desarrolló a lo largo y ancho del siglo pasado.
Pero no sólo hablamos de la contaminación del aire y el agua, sino de lo que también perturba y desajusta el “efecto invernadero” que permite que nuestro clima y los efectos térmicos irradiados por el Sol sobre nuestro planeta, se mantengan dentro de su equilibrio.
Sin embargo y más allá de los espacios físicos y los períodos de tiempo que se han observado para determinar que nuestro planeta se asfixia por la falta de oxígeno y se enferma por la contaminación evidente de ciertos lugares (ciudades demasiado habitadas); nos debe quedar la gran duda de todas las demás variables de nuestro ecosistema, el tiempo mismo que nuestro planeta lleva cambiando desde su existencia (que por cierto no mencionan los ambientalistas y ningún otro tipo de activismo proselitista) y que no se mide en años, lustros o siglos, sino en miles de millones de años que necesitarán observarse para determinar científicamente si nuestro planeta está sano o ha comenzado a enfermarse.
Para determinar si algo grave o no ocurre en nuestro planeta, hay que entender su parte geológica y cósmica, y no sólo aquella que se señala atendiendo su topología y su aspecto geográfico. Y que es en lo que se insiste para provocar preocupación o ansiedad en el ingenuo pesimismo de la ignorancia colectiva.
Hablo de la naturaleza misma, de su ciclo vital en nuestra galaxia desde su nacimiento, su desarrollo y su muerte prevista para dentro de un par de decenas de miles de millones de años. Y es precisamente en este sentido que la parte humana (que también obedece biológicamente a un ciclo de nacimiento, vida, reproducción y muerte) sea lo que realmente se discuta cuando se habla o se señala la naturaleza de la Tierra, particularmente su fauna o su ecosistema. Ya que muchas de estas observaciones suelen ser sólo política y tendenciosas con un propósito no científico ni de conocimiento, sino de intereses facciosos, mercantiles o lucrativos. Opiniones pseudocientíficas que prácticamente carecen de relevancia sustentable a la hora de mostrar sus argumentos.
Yo me refiero aquí a la Naturaleza que observaron los primeros cosmólogos y que son hoy la raíz y cimiento de las observaciones científicas (serias quiero decir) sobre nuestro planeta. Hablo de Tales de Mileto, Anaxímenes, Heráclito y Anaximandro; filósofos presocráticos del siglo VI antes de Cristo. En un principio hablaron ellos de cuatro elementos: aire, tierra, fuego, agua y de ciertas aporías o átomos que habían dado origen a la vida del planeta. Más de 2 mil quinientos años después, retomando la filosofía y la sabiduría de estos juicios; la ciencia nos planteó la idea de que nuestro planeta (luego del “Big Bang”) debió nacer hace alrededor de 7 mil millones de años. 4 mil quinientos millones de años después, surgiría la vida.
¿De qué se trata entonces y en qué sentido cuando hablamos de la vida en él, o de la vida de él mismo?. Hablar de la Naturaleza va más allá de la simple conjetura, la simple opinión o idea de ver sólo la parte que nuestros ojos o entorno nos permiten, o apelar al juicio (o prejuicio) cerrado o sesgado, si no es que perverso y tendencioso para enarbolar o esgrimir una situación falsa o aparente.
Me bastan los ejemplos de Suecia, Suiza, Dinamarca, Austria, Islandia, los países bajos, la vastedad de China y Mongolia para entender y saber del equilibrio sustentable que le permite al hombre mantener su buena relación con la Naturaleza, sin deteriorarla, sin contaminarla, sin eliminarla, al contrario; sabiendo que se es parte de ella.