Reflexión sobre la primera carta a los Tesalonicenses (Primera Parte)

Deyanira Trinidad Álvarez Villajuana

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El evangelio de Jesucristo no se trata sólo de palabras sino de poder en el Espíritu Santo y en plena certidumbre que proviene del inmenso amor de Dios por toda la humanidad. Nosotros debemos ser imitadores de Jesús, y de esta forma, recibiremos la palabra, quizá en momentos de gran tribulación, pero con un gran gozo producto del Espíritu Santo, siendo ejemplo al mundo, empezando por nuestra propia familia. Evangelizar es un llamado, una gran misión, y facilitar que la palabra de Dios se extienda en todo el mundo, es un privilegio. 

Como el Apóstol Pablo escribe en 1 Tesalonicenses 1:8: “Porque partiendo de vosotros ha sido divulgada la palabra del Señor, no sólo en Macedonia y Acaya, sino que también en todo lugar vuestra fe en Dios se ha extendido, de modo que nosotros no tenemos necesidad de hablar nada”. Los hechos y no las palabras, son las que dan testimonio de la fe en Jesús. 

Lo anterior, es fundamental, ya que el testimonio de vida es lo que ven las personas, y el que, a final de cuentas, acercará o alejará a las mismas de Jesús, a través de lo que nosotros reflejemos. Por ende, ser representantes del evangelio conlleva una gran responsabilidad, que nace de un corazón maduro que ha entendido que Jesús debe verse en nosotros, y ya no cada uno en sí mismo. Debe verse, y ser real, genuino, cómo nos convertimos de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero, esperando en el tiempo presente a Jesús, quien resucitó de entre los muertos, y es el único capaz de por gracia y misericordia, librarnos de la ira venidera de Dios.

Se tendrán por la causa de Jesús, padecimientos y ultrajes múltiples, pero el denuedo que da el Espíritu Santo para compartir y defender la bendita palabra de Dios, aún en medio de gran oposición, es el que nunca debe faltar, así como un inmenso amor por las almas, que refleje cómo Dios nos amó y perdonó primero a nosotros. 

No tratemos de agradar al ser humano, pues es tarea imposible, sino a Dios, quien, con su amor de Padre, nos guía por el camino del perfeccionamiento continuo, por esta travesía que llamamos vida terrenal, la cual nos prepara para la vida eterna. Nunca usemos palabras lisonjeras, ni encubramos avaricia, sino antes bien, seamos puros y rectos, actuando en amor, justicia y verdad.