No cosas: un mundo sin posesiones (Primera parte)

Ángel Canul Escalante
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En el cuarto episodio de la segunda temporada de la serie “Anne with an E”, nuestra pelirroja protagonista se encuentra con un peregrino que lleva consigo baratijas para vender. Después de un intercambio de palabras sobre el origen del peregrino, Anne centra su atención en un particular dije en forma de corazón y seguido expresa su deseo de regalárselo a su mejor amiga, pero termina revelando que no cuenta con dinero para comprarlo. El peregrino procede a señalar que el objeto se halla roto, a lo cual con mucha ternura Anne responde: “Creo que las cosas rotas tienen una belleza muy triste. Después de años de historias, triunfos y tragedias impregnados en ellas, pueden ser mucho más románticas que las cosas nuevas que no han vivido nada”.

Para la filósofa Hannah Arendt, las cosas también tienen la función de dar forma al entorno volviéndolo habitable. En la conferencia Labor, trabajo y acción, dedica unas palabras a cómo las “cosas del mundo” estabilizan la vida, pues a pesar de la naturaleza siempre cambiante de los seres humanos, las cosas son capaces de devolverle su identidad, dada la condición inmanente de los objetos.

Empero, los tiempos en los que nos relacionábamos con las cosas, como Anne y Hannah reflexionaron, están quedando atrás. En el libro No-cosas, el filósofo Byung-Chul Han describe cómo hoy vivimos la desmaterialización de las cosas, a saber, una inesperada pérdida de la naturaleza de las cosas. A causa de la informatización, nos encontramos en la transición de la era de las cosas a la era de las no-cosas. Han se vale del teórico de la comunicación Vilém Flusser cuando explicó cómo las informaciones, es decir, las no-cosas, penetraban el entorno y desplazaba a las cosas materiales. En la actualidad ya no habitamos el cielo y la tierra de Hölderlin sino la nube y Google Earth. Sin duda Anne sería invadida por una decepción al ver cómo hemos dejado atrás la relación íntima con las cosas. Esa belleza triste que se guarda en la narración de las cosas rotas es imposible en la era digital. Hoy ni siquiera nos pertenecen las cosas. Incluso el fetichismo de la mercancía de Marx es incompatible con ellas.

Vertiginosamente nos dirigimos hacia un mundo sin posesiones. En un artículo publicado por la política Ida Auken en la revista Forbes, se plantea un futuro donde la economía se basa en servicios, en palabras de la autora: “Todo lo que considerabas un producto, ahora se ha convertido en un servicio”. Quizá con cierto escepticismo podría parecer imposible pero hoy vemos películas y series en Netflix en lugar de comprarlas en formato físico, escuchamos música en Spotify sin la necesidad de tener los discos, nos transportamos en Uber sin ser dueños de los carros, incluso Airbnb rentabiliza la hospitalidad. La ciudad que Ida describe pasa por alto analizar quiénes son los dueños de estas empresas que brindan todos los servicios, incluido los más impensables como rentar una crepera.

La distopía de Ida dista mucho de ser esa época donde las cosas poseían una belleza triste, donde contaban historias. Incluso ella reconoce que esas comodidades obtenidas en la economía de servicios pasan una factura muy alta: “De vez en cuando me molesta el hecho de que no tengo privacidad real. No puedo ir a donde puedo ir y no estar registrado. Sé que, en algún lugar, todo lo que hago, pienso y sueño queda registrado. Solo espero que nadie lo use en mi contra”.