Allá, en los viñedos, las uvas maduraban por días. Había llegado septiembre, con sus colores dorados. Pronto empezaría la vendimia. Mientras, las uvas se entretenían observando el mar en la distancia, mar de plata tranquilo y reposado.
Las uvas conversaban unas con otras. Pero solo los niños de la finca podían escucharlas. El poder de la inocencia! Se tumbaban en las hamacas a leer, cuando el sol se iba metiendo en su cuna de cielo azul, y permanecían atentos a las pláticas de las uvas.
Aquella tarde hablaron sobre Juani Bulerías, rondeño casi tan universal como Antonio Ordòñez, que cumplía años en su bohemio y gitano tendido del cielo, hombre del pueblo, sencillo y llano, generoso hasta el más allá y con Ronda en piel y alma.
Hablaron también sobre Marta, joven y también cumpleañera, viva y alegre, a veces aferrada a inciertos errores que alimentaban aprendizajes, taurina de latido y sentido, morantista de bohemia amorantada condiciòn y divertida como la risa más fresca.
Y luego contaron anécdotas de un joven novillero. Que era uno…o eran todos! Todos los que sueñan un redondel en la tarde con muletas al viento y muñecas queriendo… Vivencias de chicos que empiezan, capotes puros, con ganas, con hambre…
Y cuando la tarde se deshacía en esos mantos de luz de oro que preceden a la noche las uvas cantaron. Sí, cantaron. Los niños pudieron oírlas. Y su canciòn de esperanza e ilusiòn iba dedicada a un pequeño luchador, de nombre Luis y de querencia andaluza…
Y así fue…
Dedicado a Juani Bulerías, rondeño de ley!
Dedicado a mi amiga Marta Girona
Dedicado a Luisito, con todo cariño