El niño tenía miedo porque era pequeño. Y no conocía el lugar en el que se encontraba. Él solo sabía que debía recorrer todo el camino empedrado, subir la empinada cuesta, llegar a la cabaña, entrar ( le producía pavor ), recoger el paquete, y bajar otra vez hasta el centro del pueblo. Allí recibiría instrucciones…
Partió desde la casa en la que estaba en solitario. Rezó sus oraciones y, cuando se estaba calzando las botas para andar sobre la nieve, una anciana llamó a su puerta y le entregó una caja. Era una anciana tan dulce como su fallecida abuela. El niño de repente sintió menos miedo, y se puso en camino. Iba cantando un lindo tema…
Se asustó al sentir un ruido. Abrió la caja, se le ocurrió hacerlo, y al momento saltaron de ella unas estrellas de luminosa luz blanca que iluminaron la senda. Así el pequeño veía perfectamente la ruta que debía seguir, y, sin saber por qué, se notaba menos asustado. Llegò a la cumbre cuando atardecía…
Dentro de la cabaña la chimenea estaba encendida… Pero el crío estaba aterrado, el interior estaba tan oscuro… Abrió otra vez la caja y bailaron de nuevo estrellitas en tonos rosa que alegraron la estancia. Así el chiquillo entrò y pudo recoger el paquete sin temblar ni estremecerse…
Así fue pasando la tarde. Con cada contratiempo de la caja saltaban estrellas de colores que le quitaban el miedo y le animaban a seguir. Al final llegó sonriente al centro del pueblo… Allí iba a recibir las instrucciones nuevas. Estaba nevando… Y ya había caído la noche…
Entonces se despertó! Y a pesar de que solo tenía nueve años comprendió el sueño que había tenido… Desde entonces se enfrentaría con fuerza a todos sus miedos. Y lucharía por cada uno de sus sueños. Soñaba ser torero: como Lama de Góngora. Se llamaba Andrés, y estaba de santo. Como cada 30 de noviembre.
Dedicado a mi papá, de santo hoy
Dedicado a Lama de Góngora
Dedicado a Luis Carrasco