Ser y dejar ser en el mundo

Mario Barghomz

mbarghomz2012@hotmail.com

Cada especie percibe el planeta de acuerdo a su condición natural. En este sentido no es lo mismo ser mono que pájaro, reptil, camello o pingüino. La naturaleza misma de la vida, así como está repartida por los diversos ambientes y elementos del planeta: aire, agua, tierra, selva, montañas, pantanos, desiertos…, también responde a los códigos naturales de cada especie.

Vivimos en un mundo que representa a su vez muchos mundos, dependiendo quién se sea o dónde se viva. No es lo mismo vivir en el fondo del mar como un alga marina que como un águila sobre las montañas, ser un animal depredador o haber simplemente nacido para ser alimento de los demás. Las mismas plantas perciben el mundo desde su estatismo molecular, y su inteligencia vegetal obedece sólo a sus cambios y supervivencia.

En el caso del hombre; éste mira el mundo de acuerdo a su propia condición humana. Pero aún entre ellos; hay los que lo miran con admiración, valor y afecto, y hay los que no siente por él más que desprecio. Para éstos últimos el mundo es una porquería (palabras de ellos) que hay que cambiar. Sin duda los malvados lo desprecian, buscando siempre un beneficio propio y perverso. El mundo para ellos es el espacio desde donde observan como chacales y se aprovechan como rufianes. La maldad pertenece a la obscuridad del mundo; ahí donde la luz falta para mirarlo con otra perspectiva; de una manera más noble, compartida, justa y pía.

Quienes perciben el mundo con la pureza de la tierra misma, los mares que lo nutren y el cielo que lo cubre; sienten el respeto “in si tu” por un planeta que no sólo los mantiene vivos, sino que les da la oportunidad de crecer y desarrollarse como la parte (en el caso del hombre) más inteligente y sensible de la Tierra.

Para el filósofo Immanuel Kant, parte de la realidad del mundo es la realidad de los “fenómenos”, es decir, de las cosas mismas del mundo. Y conocer el mundo dependerá de cómo lo observamos. Porque la verdad -dice Kant- no está en los objetos mismos, en la apariencia que poseen y con la que empíricamente nos relacionamos, sino en nuestra propia capacidad (la del sujeto) para percibirlos. De ahí que el mundo no sea como es (según Kant), sino como cada quien lo mira.

Pero hay los que lo miran con razón, y hay los que lo miran sin ella; sin plena conciencia.

Y sin duda lo que miramos es a lo que llamamos la realidad del mundo, pero desde nuestra propia experiencia. Un mundo malo o bueno sólo dependerá de nosotros, de lo que observemos. Es nuestra consciencia (nuestra mente) quien también “a priori” o “a posteriori” nos da a conocer la realidad.

Tiempo y espacio dentro de su espectro relativo, de ilusión y semántica, deben también permitirnos entender que el mundo nunca ha sido el mismo, ni en la naturaleza propia de su ecosistema, ni en la antropología de los hombres que vivimos en él. De tal manera que cuando una especie acuática, terrestre, selvática o desértica desparece, otra surge para compensar su ausencia, o su naturaleza genética se modifica para adaptarse y sobrevivir.

Cada especie en el ecosistema del planeta, incluido el hombre, ha tenido un tiempo y una oportunidad de vida. Animales, plantas y género humano forman parte de una brecha generacional que tarde o temprano tendrán que morir para desaparecer. De eso se trata nuestra condición de mortales; de la desaparición o extinción de especies que en su propia evolución y devenir, siempre serán suplantadas por otras.

El hombre mismo no siempre fue pitecántropo, neandertal o Cromañón. Con el tiempo su gran mandíbula, su cuerpo casi de mono encorvado, y sus pequeños cerebros sin una mayor corteza racional, desaparecieron para evolucionar hacia el desarrollo y aparición del homo sapiens: ¡nosotros!