Mario Barghomz
mbarghomz2012@hotmail.com
Vendrá la muerte y tendrá tus ojos.
Otra vez tus sueños me han despertado con besos.
La noche es un pedazo de luz desvistiéndose, apenas un fragmento en el cielo… bosteza.
Miro el vacío y es como si lloviznara, como si el Universo entero llorara sobre mí.
Cuando todo se acabe (entre las sábanas) arrodilla tu frente; rezaremos juntos la esperanza de Dios.
Tu alma respira en mis labios.
Cierro los ojos y sueño para acordarme…
La muerte no habla, no mira, no toca, pero te invita a estar con ella en la eternidad. La muerte no escucha nada, aunque le grites o la llames. Su virtud es ser ajena, no atender nada ni incomodarse por nada. No tener sentimientos, carecer de emociones, ser completamente indiferente para no llorar ni sufrir.
La mayor de sus gracias es permanecer ausente, como si hubiera superado el mundo y atravesado el Cosmos. Permanecer callada es su don para dejar que nosotros hablemos por ella, mirarla, presentirla.
La muerte es del ser su esencia perdida, aquello que era, pero ya no es, aquello que tenía, pero ya no tiene. Aquello que la hacía vivir, pero ya no vive. Su paz y su serenidad son su única presencia.
La muerte se ha olvidado del dolor, del sufrimiento y la pena de vivir. Se olvidó también de los suyos, aunque los suyos nunca se olvidaron de ella. Y lo más amable del mundo es que al muerto se le sigue amando. Se le recuerda como aquél que era y mejor de lo que fue. Quizá sea también la gracia de la muerte; recordar al muerto mejor que cuando estaba vivo.
Es en este sentido que, si la muerte es polvo, también es añoranza, recuerdo, memoria; historia que seguirá contándose por generaciones.
La muerte a veces se pasea por nuestra mente, por aquella “pulsión” de la que Freud hablaba. Y un día los vivos iremos con ella, a conocer su eternidad, el cielo prometido. Quizá es por ello que no debe haber miedo ante su presencia, porque más allá del dolor y las lágrimas, de la aflicción y el duelo, la muerte seguirá siendo nuestra máxima redención, nuestro máximo consuelo ante el sufrimiento.
En la muerte (y sólo en ella) se asume la capacidad vital de todo aquello que ya no vive para sentir nada. Y será con la muerte (o a través de ella) que tus ojos volverán a mirarme, que volveré a escuchar tus sueños y a despertarme con tus besos, con tus caricias y cada guiño de tus deseos.
Para ser muerto hay que dejar de estar vivos, de pensar y recordar como lo hacemos. Y aunque para ser muerto no hay que desearlo tanto (eso sólo cabrá siempre en la estupidez de un suicida), ella sabrá cuándo, cómo y a qué hora. La muerte sólo preguntará a Dios.
El cielo se ha detenido a mirarme, a buscarme entre la hierba y entre el polvo.
Sé que estás ahí, ungida en el espacio, sentada aún sobre tu sombra… ¡infinita!
Es tarde todavía… y llueve.
El viento es mi último deseo, la noche que vendrá como un niño a besarme.
Tu alma respira en mis labios.
Cierro los ojos y sueño para acordarme.
¡Levántame!