Mary Carmen Rosado Mota
@mary_rosmot
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Grata fue la sorpresa cuando se anunció que la selección mexicana femenil jugaría un partido de preparación en tierras yucatecas, aunque inicialmente se suscitó la confusión entre los internautas, de creer que sería el equipo varonil el que se presentaría, derivando a cientos de comentarios criticando el mal paso que han tenido en los últimos años y que “ahora sí” se voltee a ver a otros estados del país lejos de las ciudades donde acostumbran a jugar.
Pero ¿qué significado tiene este partido? Es importante analizarlo desde diferentes aristas. En primer lugar, es claro que representa una muy buena gestión de la directiva del club Venados para conseguir traer a su estadio un partido de esta magnitud, de mostrar que pueden ser una plaza a la altura de selecciones y brindar toda la logística que requieren estos partidos. Por otro lado, también significa que la dirección de selecciones nacionales, especialmente la femenil, ha optado por acercar al equipo nacional a más regiones fue del centro del país y eso, por sí mismo, es de agradecerse.
Y si me lo preguntan a mí, para la afición significa sentirse importantes, tomados en cuenta como espectadores y de merecer vivir la experiencia tricolor. Sí, vivir, porque no es una noche cualquiera, aquí se interpreta el himno nacional, se exponen las banderas de cada país y la propia animación corre a cargo de la Federación Mexicana de Futbol. El ambiente es diferente, repito, no es una noche más.
Así es como el pasado martes el estadio Carlos Iturralde Rivero se abarrotó, horas antes del silbatazo inicial se había publicado en redes que había un “sold out” de entradas, es decir, el estadio se iba a llenar, al menos las partes que habilitaron. Niñas y niños se veían con gran entusiasmo en las filas para ingresar al complejo, familias enteras con el tradicional jersey verde, pero muchos otros también con la playera femenil, aquella que fue diseñada en exclusiva para que use nuestra selección.
¡Qué gran ambiente! Las poco más de 13 mil personas que se hicieron presente gozaron de la experiencia, gritaron con los tiros que pasaban apenas a unos centímetros de la guardameta panameña, corearon el nombre de las futbolistas, hicieron la tradicional “ola” y disfrutaron de los múltiples antojitos que se consiguen en un partido de futbol. Un ambiente familiar, donde el futbol fue el único protagonista, sin enfrentamientos, peleas o gritos prohibidos.
Estoy segura de que muchas personas disfrutaron de este partido, pero, las infancias presentes se habrán quedado con un maravilloso ejemplo viendo a mujeres en la cancha de futbol haciendo lo que más les gusta. A pesar del empate, que pasa a un segundo plano, mi momento favorito de ese día fue saliendo del estadio cuando le preguntaron a una niña delante de mí si le había gustado el partido y dijo con mucha seguridad y alegría ¡Sí! Y es que, como dije, no era una noche cualquiera, fue una noche tricolor.