SOFÍA MORÁN
El pasado 13 de octubre, mientras conmemorábamos el Día Internacional para la Reducción del Riesgo de Desastres, México vivía una de sus semanas más difíciles. Las cifras duelen: 64 personas fallecidas, 65 más no localizadas y aproximadamente 100 mil viviendas afectadas por las inundaciones en Veracruz, Hidalgo, Puebla y Querétaro. Detrás de estos números hay historias de familias que lo perdieron todo, comunidades enteras que vieron cómo el agua se llevaba no solo sus pertenencias, sino su sensación de seguridad.
La ONU nos advierte que los desastres representan una amenaza creciente para el desarrollo sostenible, con costos que superan los 2.3 billones de dólares anuales a nivel global. Pero lo que no pueden medir estas estadísticas es el dolor de quien perdió a un ser querido, la angustia de quien busca entre el lodo los recuerdos de toda una vida. En México, donde las lluvias de cuatro días igualaron la mitad del promedio anual en algunas regiones, comprendemos que el cambio climático no es una abstracción: es agua que entra por la puerta, es lodo que cubre los esfuerzos de una vida.
La reducción de riesgos es una tarea de gobiernos y expertos. Comienza en nuestra capacidad para entender que los desastres naturales se convierten en tragedias cuando no estamos preparados. La ONU señala que menos del uno por ciento de los presupuestos públicos se destina a prevenir desastres, una ironía cruel cuando sabemos que cada peso invertido en prevención ahorra 10 en reconstrucción. Pero más allá de las cifras, está nuestra humanidad compartida: esa que nos hace detenernos ante las imágenes de devastación y preguntarnos ¿cómo puedo ayudar? Como yucatecos, aunque estamos geográficamente distantes de esta tragedia, tenemos la oportunidad de demostrar que la solidaridad no conoce fronteras. El gobierno estatal ha instalado centros de acopio en el DIF Yucatán, palacio de gobierno y Secretaría de Bienestar, donde podemos llevar víveres, artículos de limpieza y productos básicos para quienes hoy enfrentan la difícil tarea de reconstruir sus vidas. También podemos acercarnos a la Cruz Roja, cuya trayectoria en atención de emergencias garantiza que cada donación llegará donde más se necesita.
La reducción de riesgos comienza con la empatía, sigue con la acción concreta y se consolida cuando entendemos que, en un mundo interconectado, la tragedia ajena nunca debería sernos indiferente. Hoy tenemos la oportunidad de demostrar que en Yucatán sabemos tender la mano, incluso cuando la distancia nos separa. Porque al final, la resiliencia no se mide por lo que soportamos, sino por cómo nos levantamos juntos.




