Ritual de muertos que sigue vivo

En Pomuch ya están listos para empezar con el ritual de limpieza de huesos de las personas que se han adelantado y han dejado este plano terrenal; esta tradición combina elementos mayas y de la religión católica que atrae a turistas

Bajo el ardiente sol del sureste de México, María Couoh sacude el polvo al cráneo de su difunto tío Tomás, perpetuando la ancestral tradición de limpiar los huesos de los seres queridos antes del Día de Muertos, una de las principales fiestas del país.

Al final de su vida, Tomás se perdía las celebraciones familiares debido a la ceguera, recordó sonriente esta ama de casa de 62 años. “No puedes ir a la fiesta, tío, pero ahí te traje una cerveza”, solía decirle su sobrina.

Este ritual de limpieza -que combina elementos mayas y de la religión católica- es distintivo de Pomuch, un poblado de apenas nueve mil 600 habitantes en  Campeche, en cuyo cementerio ahora se ven también turistas y creadores de contenido con drones, atraídos por esta tradición.

“Así como uno se baña (…) los santos restos” requieren limpieza antes de la tradicional celebración del 1 y 2 de noviembre, explicó Couoh. “Son recuerdos sagrados”.

En esas fechas, los mexicanos visitan a sus deudos en el cementerio y colocan ofrendas en sus casas, sobre coloridos altares, con las fotografías de sus familiares fallecidos y los alimentos que más disfrutaban en vida.

Tras limpiar el cráneo de Tomás, María lo coloca junto con los demás huesos sobre un paño blanco que reposa en una caja de madera. La mujer llora al relatar que su tío no tuvo hijos, por lo que acude a limpiar sus restos para que no “queden sucios”. En total, María limpia los restos de unos 10 familiares. “Los demás están limpios y usted no”.

El ritual en Pomuch inicia como cualquier entierro. Las familias colocan los cuerpos de sus difuntos en un ataúd que luego introducen en un nicho.

Unos tres años después del fallecimiento, al descomponerse la materia orgánica, rompen la losa frontal de la cámara, sacan el ataúd y limpian los huesos para depositarlos en una caja de madera. La osamenta se cubre con un paño blanco que simboliza la ropa de las almas y se cambia cada año durante la limpieza de los restos. Después, esas cajas se guardan de nuevo en los nichos.

Hablar con los muertos durante el aseo es clave

Carmita Reyes, un ama de casa de 39 años, se disculpa con su suegra por no haberla limpiado el año anterior. “Así ya no va a sufrir porque los demás están limpios y usted no”, pronunció en cuclillas mientras pasa una brocha por el hueso de una pierna.

Herencia ancestral

Carmita está acompañada por otros seis miembros de su familia, entre ellos, su hija de ocho años y su suegro de 83 años.

La mujer quiere que su hija aprenda este ritual y luego lo realice con ella. “No quiero que me cremen, quiero que me entierren así y que me saquen mis huesitos”, dijo mientras la niña corre entre los nichos y su suegro bebe cerveza.

Sin embargo, para un niño no siempre es fácil estar en contacto con los restos de sus parientes. Es el caso de la familia May.

Lucía May, de cuatro años, titubea mientras observa los cráneos que se asoman en las cajas de madera, algunos todavía con cabello.

La niña gritó y corrió asustada de vuelta a la calle principal del pueblo, donde su padre David la abrazó.

Texto y foto: Agencias