Joaquín de la Rosa Espadas
En el Instituto Politécnico Nacional existían tres sistemas de internados. El edificio central era un edificio para mil alumnos bien diseñado, construido para habitación estudiantil; pero se saturó con mil, y luego el instituto contrató casas particulares alrededor del casco de Santo Tomás, donde estaban las escuelas. Y en esas casas se nos daban de comer y habitación, y el Politécnico pagaba, pero cuando yo llegué ahí, también el sistema de casas-hogar que le llamaban, estaba saturado.
Y entonces, todos en la calle, permanentemente, con reuniones políticas, con muy buenos oradores, y presionando para que se abriera otro sistema.
En una de esas reuniones alguien dijo: “Acaban de abandonar una bodega”, era una bodega en la que se hacían los cuadernos de monitos, “aquí cerca, el Instituto Técnico Industrial ―no me acuerdo del número― ¡tomémoslo!”. Y ahí marchamos todos; y al llegar ahí, a patadas se abrieron las puertas de lámina, y entramos. Se durmió en el suelo ese día.
Ahí ya se hacían las reuniones del partido, allá adentro, los mítines; y en uno de esos mítines alguien dijo: “Al lado del cine Cosmos hay un hotel clausurado; allá hay camas, tomémoslas”.
Sacaron las camas, cargando los colchones; tres que cargaron uno de los colchones, en la noche, durmieron en él. No a lo largo, sino a lo ancho, con los pies de fuera.
Entonces hubo protestas, el Instituto reaccionó. El director del Instituto contrató el local, lo adaptó, se devolvieron los colchones, se compraron nuevos, camas nuevas que quedaron pegadas unas contra otras. Ahí teníamos las camas, estaban pegadas, tenías que acostarte en tu cama por el lado angosto y nos daban una sola comida.
En el internado además nos daban un lote de ropa anual. Había algunos que recibíamos algunos centavos de nuestra familia, pero los que venían del campo no veían un centavo durante un año ¿cómo desayunaban y cenaban? Pues robaban.
Iban a una tienda y empezaban a pedir cosas, ya habían estudiado la tienda, y al final, cuando ya tenían lo que querían, pedían una cosa que estaba arriba. El tendero tenía que subir con una escalera y ya para cuando bajaba, ya aquellos se habían pelado con su compra.
Así se sobrevivió, tenían que sobrevivir y, además, en el Politécnico, no pagabas un centavo por inscripción, todo era gratuito.
Nos dieron comidas; unos lockers, a lo largo de un muro pusieron un tablón con lámparas para estudiar. Pusieron baños en el patio de la bodega, al aire libre, nomás con unas láminas en el techo cubrieron los inodoros y las regaderas, porque los lavabos estaban completamente al aire libre.




