Antes de la última vez

Mario Barghomz

mbarghomz2012@hotmail.com

Uno de mis autores favoritos de juventud fue Mario Vargas Llosa. Mi juventud (entre mis 14 y 30 años) siempre estuvo guiada por una pléyade de autores latinoamericanos de los años 60 y 70 del siglo y milenio pasados. Por toda esa literatura que luego llamamos “literatura de vanguardia” o más popularmente conocida como el “boom” latinoamericano.

Literatura que, se decía, nos movía al compromiso, a la conciencia y activismo social, intelectual y político por la lucha de nuestros pueblos. Aunque en mi caso, eso no pasó nunca. Yo realmente los leía porque me encantaba y lo consideraba buena literatura más allá de que me obligara a vincularme a algún activismo o dejara alienarme por ella. Era una literatura, eso sí, vinculada al contexto social y político, además de la historia vernácula de nuestras naciones.

Pero eso del activismo no se me dio nunca, y no porque no tuviera conciencia. Precisamente porque la tenía (la tengo ahora) nunca me importó ese tipo de mitotes, hasta ahora. Más de cincuenta años después no hay arrepentimientos.

De esa generación de escritores surgieron cuatro Premios Nobel: Pablo Neruda (1971), Gabriel García Márquez (1982), Octavio Paz (1990) y Mario Vargas Llosa (2010). Pero sin duda había otros más que también lo merecían como Carlos Fuentes, Jorge Luis Borges (¡por supuesto!) y Mario Benedetti. Pero nunca lo recibieron. Aunque también en ese asunto de los premios, las medallas, las distinciones y los reconocimientos, yo tampoco creo mucho. Suele haber mucha cizaña entre el buen trigo.

Entre otros leí también a Julio Cortázar, Juan Rulfo y Juan José Arreola al que sobre todo me gustaba ver y escuchar en un programa de televisión que tenía por entonces. Pero entre todos ellos uno de mis favoritos además de Benedetti y Octavio Paz, era Mario Vargas Llosa. Sobre todo, no su literatura de madurez, sino la juvenil de sus comienzos.

Mi obra favorita, sin duda, es “La tía Julia y el escribidor” (1977); una novela autobiográfica cuyo relato se desprende de la vida real del escritor que estuvo realmente casado con su tía Julia Urquidi de 1955 a 1964. Cuando el texto apareció publicado yo tenía 21 años. Durante mi lectura que no debió durar más de una semana, yo ignoraba por completo que la historia no se debía a una mera fantasía literaria extraordinariamente bien escrita.

Mario se enamora realmente de la tía y sobre todas las protestas familiares obvias y los prejuicios morales, se casa con ella. Julia había quedado viuda del hermano (su tío) de su padre. Y si la vemos en las fotografías de la época, Julia era una mujer realmente atractiva de la que cualquier joven con espíritu adolescente se hubiese enamorado, además del gancho de la viudez y la madurez femenina, que fue lo que por supuesto atrapó a Mario.

La novela habla de los primeros años del escritor en su precocidad literaria, que luego lo llevará al Premio Nobel. Después será como escalar una montaña (diría Nietzsche); ¡pura voluntad de poder!

Lo que también me parece significativo de la novela es precisamente la narración de ese comienzo; lo que luego definirá a Vargas Llosa entre la realidad (la verdad) y la fantasía. Y lo cierto es que Mario siempre se movió muy bien entre las aguas de “La verdad de las mentiras” (1990), título de uno de sus mejores libros de ensayo literario. Ensayo que nos hace entender que detrás de toda verdad literaria hay una mentira, la gran mentira narrativa de la verdad social y política latinoamericana de la que sin duda Vargas Llosa es su máximo exponente (¡el gran maestro!).

La realidad de los pueblos de Latinoamérica está en la poesía de los poetas latinoamericanos, en todas y cada una de las obras de ficción literaria, ensayos y novelas. En la extraordinaria realidad que juzga y enmarca Mario Vargas Llosa a través de la singularidad de su literatura.

Por algo y por mucho; Mario siempre será el principal heredero de Gustav Flaubert (“Madame Bovary”) a quien sabemos eligió como mentor y admira hasta hoy (a sus 88 años) entrañablemente.