Budismo zen: el fluir de la mente

Mario Barghomz
mbarghomz2012@hotmail.com

En México, algunas veces se habla de filosofía zen. Pero más que obedecer a su verdadera profundidad y sentido, o a su verdadero valor intrínseco derivado del budismo indio.

Por lo regular, quienes lo hacen lo desvirtúan a través de ejercicios y posturas que pretenden mostrarnos su mecánica técnica, pero no la esencia de su filosofía, que va más allá de una postura física y una serie de pautas que sólo entretienen y desahogan el entusiasmo fanático occidental de una disciplina que no se limita al cuerpo y mucho menos a los ritos.

El Budismo como religión nació con Buda en el norte de la India, alrededor del siglo VI a. C. Su tránsito a China y Japón (s. XIII) lo convirtió más en una cultura y una filosofía, en un modo de vivir más real y más apegado a la tierra que en sólo una tendencia religiosa, congregante y metafísica.

La idea de la mente en el zen japonés es donde se pone de manifiesto el “dejar de pensar” (vaciar la mente) para que nuestras ideas no entorpezcan el flujo mental. Se trata de la “no-mente”, de la “no-consciencia” (vacuidad) para dejar que fluya el inconsciente. Pero cómo dejar de pensar cuando nuestra cultura y educación, nuestro sentido de orientación y supervivencia han estado siempre vinculados al acto de pensar.

Pero analicemos un poco el sentido y significado del zen y busquemos una ruta paralela con nuestro pensamiento occidental. Se trata de una filosofía, es decir, de un modo de entender la vida y nuestro universo existencial (el Cosmos) y no de un programa de ejercicios, posturas y piernas cruzadas sobre el suelo; fantasía de algunos que interpretan erróneamente su extraordinario sentido.

Zen significa emancipación y emancipación significa libertad, y la libertad para el budista zen significa “iluminación” que es el grado máximo al que un zen puede aspirar. La iluminación del zen es el “no-ser” (ser en el no ser); no pensar, no estar.

Cuando en Occidente nos referimos a la libertad (que no es sinónimo de iluminación), nos referimos al ser libre no sustancial del ser, sino al ser material no atado ni oprimido. Libertad que se expresa en movimiento físico o justicia civil o social. En el zen la libertad se expresa a través del libre albedrío del inconsciente. Y ni siquiera se trata del encuentro consigo mismo (que se malentiende también) que sería tanto como encontrar nuestro “ego”, el “apego” a nosotros mismos, el reconocimiento del “yo”.

“Vacuidad”, fluidez, inconsciente; son conceptos que el oriental emplea para referirse a la “no-mente”. Del cómo la mente se abandona a sí misma en su inconsciencia (tanto del consciente del sistema nervioso central, como del cuerpo) para fluir simplemente, dejándose llevar sin pensar que lo hace.

Y si un ejercicio en la búsqueda del “ki” (“chí” en chino) que se traduce como el ánimo o la energía para encontrar el “Tao” (cambio y armonía) nos dan esa oportunidad después de un proceso de aprendizaje y un largo período de entrenamiento; entonces se habrá comprendido.

Para ser zen (si es que se quiere) no se trata de raparse la cabeza como un monje tibetano o vestirse con una “kasaya”, tomar té o aprender a sentarse con las piernas cruzadas. El zen es sobre todo una filosofía, una manera de aprender a estar en el mundo en unión sobre todo con la naturaleza, una manera de “no-pensar” pensando, de “no-ser” siendo; un modo y una actitud sobre todo sabia y serena.

“Una mente inconsciente de sí es una mente que no está en absoluto perturbada por sentimientos de ninguna clase – dice D.T. Suzuki (“El zen en la cultura japonesa”; Paidós. México, 2022)-. Es la mente original y no la engañosa, que está atestada de sentimientos”. Es la mente que siempre fluye y nunca se detiene.

El zen no es una protesta contra la vida que conocemos (como piensan y practican muchos), sino el entendimiento espiritual con Dios y el Universo.

La filosofía zen es el “espíritu suave” de la persona humana.