Eduardo Sadot-Morales Figueroa
Nací en un lugar de Centro América, cuyo nombre ahora no tiene importancia, soy uno de los setenta y dos, setenta y tres o setenta y siete muertos de San Fernando en Tamaulipas, no se si la imprecisión de la cifra pudiera devolverme la vida, si fueron 72 y yo formo parte de los 77 que dicen que fueron. Tal vez me salvé y este vivo, hoy tampoco eso importa. Yo no estudié y vengo de un país muy pobre de una población aún más pobre que mi país, salí en busca del sueño americano como muchos otros que iban con nosotros huyendo del desempleo de la desesperanza y de la pobreza en todas sus formas y con todos sus disfraces, hambre, frio, ignorancia, injusticia, orfandad de futuro sin esperanza, viajando mas de mil, no se cuantos tal vez dos mil kilómetros tampoco eso importa ahora. Y de pronto no se que pasó, pero estuve en una de esas fosas donde nos amontonan a todos igual que como viajamos y como vivimos, sin nombre ni apellido, total, a quien le puede importar, por nosotros no hubo manifestaciones ni los estudiantes del Poli ni la UNAM menos la Ibero se conmovieron, no, ni siquiera merecimos una misa, ni pidieron la renuncia de una funcionaria menor a un gobernador, la de migración, al contrario la premiaron. Y esa si era su responsabilidad.
A los estudiantes de la normal de Ayotzinapa, a esta hora todavía no los encuentran, en la selva de Guerrero donde se escondía también la guerrilla de Genaro Vázquez y luego la de Lucio Cabañas y antes en la independencia Pedro Ascencio de Alquisiras con Morelos y Guerrero.
Ellos ahora, son mis hermanos en el dolor de cavar su propia tumba y ser sacrificados, sin motivo, sin una razón, sin una causa, mas allá del capricho de sus asesinos que apostaron a la impunidad.
Que están convencidos de que nunca serán castigados, que al hacerlo no pensaron en el dolor de nuestras madres, de nuestros hermanos, de nuestros hijos. O en los momentos de alegría de nuestros padres al traernos al mundo, ¡ah! si hubiesen sabido como terminaríamos, entre el lodo y la tierra en una fosa como basura.
Para nosotros no hubo misas, ni marchas, ni declaraciones, ni manifestaciones, solo fuimos un numero y hasta eso, indefinido nunca se supo si fuimos setenta y siete o setenta y dos o setenta y tres.
¿Que nos dirá Dios cuando lleguemos? Bienvenidos o también el nos clasificará como un número, o ni siquiera nos recibirá, habrá otra instancia superior a el, con quien quejarnos, será el Dios padre o habrá más allá, un abuelo o hasta ahí acaba el escalafón teológico. ¿Será así hasta el infinito? O entraremos al mundo del sin sentido y ese mismo mundo comienza aquí.
Quien detendrá las injusticias del mundo o las omisiones de Dios.
Mientras todo esto me pregunto, el tiempo avanza y nos vamos perdiendo en las sombras y el anonimato del tiempo. La fila es interminable y que nos ganamos o que perdemos si lo hemos perdido todo. ¿por qué ellos si y yo no?
sadot16@hotmail.com