La relación personal entre el presidente de la República, Enrique Peña Nieto y su poderoso secretario de Hacienda, Luis Videgaray, había sido hasta ahora de absoluta confianza, entrañable.
Es innegable que, como resultado de ello, Videgaray irrumpió con una extraordinaria fuerza en el entorno presidencial, ubicado como el hombre de mayor cercanía e influencia, inclusive por encima de la valoración de sus capacidades.
Sin embargo, en el plano profesional y político, esa coyuntura no necesariamente corresponde en igual medida a la del ámbito privado, sobre todo a causa de diversos acontecimientos en fechas recientes.
El Presidente le confió plenamente a Videgaray poderes que sobrepasan el espectro de sus funciones, le permitió establecer márgenes de influencia que en ocasiones rebasaron sus facultades y lo posicionó como una especie de vicepresidente.
El asunto es que en la relación no ha habido correspondencia: ha sido mucho lo que el Presidente le ha otorgado a Videgaray y muy poco, si no es que nada positivo, lo que ha recibido de éste a cambio.
En el análisis se entiende que en el balance ningún afecto puede estar por encima de los intereses, que el apego personal no se puede contraponer a los valores del ejercicio del poder y la estrategia para conservarlo.
De inicio habría que reconocer que en el tránsito de lo que va de la administración, Peña Nieto no sólo ha sido muy generoso con Luis Videgaray, sino que se observa claramente cómo ha compartido espacios de poder con él sin ningún recelo.
El Presidente cedió de manera implícita en su Secretario de Hacienda la conducción y todas las decisiones relativas a la política económica, fiscal y monetaria del régimen.
Pero Videgaray fracasó estrepitosamente en la encomienda. Independientemente de la impopularidad que esto le ha acarreado individualmente, sus yerros lo colocan como un obstáculo que boicotea el correcto desarrollo del gobierno.
El desempeño errático de Videgaray ha ocasionado que el Presidente haya tenido literalmente que cargar sobre sus hombros con las criticas y el desprestigio subsecuente; los desatinos han provocado una severa crisis en varios frentes, sobre todo en el de la credibilidad.
Peor aún, un escenario que no sólo pone en riesgo la viabilidad económica del Estado y el país, sino que adicionalmente representa un enorme peligro para el gobierno y su partido en el aspecto electoral.
Desde este punto de vista, considerando las fallas evidentes, combinadas con un talante arrogante, poco proclive al diálogo y una absoluta cerrazón dogmática en la defensa de sus ideas, para Videgaray no existe la negociación entre fuerzas, solamente la imposición y por ello hoy lo único que sostiene a Videgaray en el cargo es, precisamente, la relación personal con el Presidente.
Sin embargo, esta ya muestra signos inconfundibles de deterioro, el desgaste en el desempeño público está afectando considerablemente la relación personal cercana y afectiva.
Pero esto no sólo se debe únicamente a los conflictos administrativos y políticos derivados, como apuntábamos, del desastre de Videgaray en los resultados de su gestión. El problema va mas allá, es de índole más íntima, corresponde a otro tipo de fricciones que hoy nos permiten afirmar en este espacio que la complicidad entre ambos está debilitada, la confianza ya no es la misma.
Las discusiones se han tornado en regaños, situación inimaginable al principio de este gobierno, el aprecio ya no es el valor fundamental que rige la convivencia.
Videgaray no sólo ha cometido graves errores en su responsabilidad oficial, también lo ha hecho en el plano de la relación personal, que finalmente había sido su mayor fortaleza y escudo.
El Secretario de Hacienda aprovechó su situación privilegiada para tomarse licencias sin consultar, sin informar y eso aún y sin tomar en cuenta su magnitud y características, representa un abuso que, desde la óptica del poder y la amistad, es imperdonable.
Fracturada esa parte, todo lo demás que se deriva supone una transformación evidente de la empatía, que por necesidad tenderá a un franco debilitamiento de su posición que, eventualmente, podría ser causa de un alejamiento mucho mayor.
Para el Presidente, el equilibrio entre la amistad y el ejercicio gubernamental del que pende su apego a Videgaray se desmorona; queda claro que, en este caso, lo primero siempre importó más que lo segundo.
Pero eso ya no es más así. El Presidente le solapó demasiadas cosas a su Secretario de Hacienda, pero Enrique Peña Nieto a Luis Videgaray, el amigo y quizá Alter Ego, lo mide en un parámetro diferente y en la conclusión eso sí no tiene compostura.
Derivado de esta reflexión, no es la intención vaticinar cuánto más puede durar la permanencia de Luis Videgaray en su cargo, en cambio sí de afirmar que su poder e influencia están en disminución, sobre todo porque lo que sí es un hecho innegable -aun cuando esto sea un tema de índole completamente privada, siendo quienes son y los cargos que ocupan, no puede verse como un tema menor por sus implicaciones- es que la relación afectiva entre el mandatario y su amigo atraviesa por un cisma, está desquebrajada.