Mario Barghomz
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Sobre la superposición y medición cuántica que tienen que ver con el comportamiento de los electrones dentro de un átomo; todos somos como el gato de Schrödinger (Premio Nobel de Física, 1933). La paradoja o ejemplo mental de Schrödinger se refiera a un gato encerrado en una caja sellada, que después de un tiempo puede estar vivo o muerto.
Al respecto, pensemos en nosotros mismos cuando nos aislamos del mundo y luego de años sin vernos o saber nada de nosotros, los demás no sabrían si seguimos vivos o estamos muertos. Saber si algo es o no es, más allá de la percepción de nuestros sentidos, dependerá de muchas cosas. Me recuerda el famoso monólogo de Hamlet (el príncipe danés creado por Shakespeare). Hamlet metafóricamente vive un universo paralelo después de la muerte de su padre, y no sabe a ciencia cierta quién es; “Ser o no ser…” -dice el principio de su famoso monólogo-.
En torno a la ciencia sobre la explicación científica de la condición humana; parece que pasa exactamente lo mismo al definir y saber sobre un cuerpo que puede verse y comprenderse, pero también al ser consciente que existe un universo atómico bio celular cuyo comportamiento no siempre es predecible dentro del universo de su existencia cuántica, y sí muy relativo (o variable) en su relación a toda la fisiología de lo conocido.
Era el problema de Einstein al querer empatar las dos físicas (la clásica y la cuántica) que, de manera natural y precisión matemática, coincidieran sin dejar el abismo de incertidumbre que hasta hoy existe. Una “Teoría del todo” que no dejara lugar para ninguna duda.
Es precisamente este “principio de incertidumbre” (clave dentro de la física cuántica) lo que no nos permite saber si el gato de Schrödinger está vivo o muerto, o si un ser querido en el tiempo y a la distancia, sigue también con nosotros.
Pero en lo particular tengo yo un ejemplo muy claro al respecto, y éste tiene que ver con la actual senilidad humana. Porque resulta contradictorio y claramente paradójico (como en el caso del gato) que viejos que hoy son mayores, no lo parezcan. Y no hablamos de su aspecto físico que podría haber sido patológicamente alterado por una operación estética (sobre todo en el rostro), sino de su fortaleza natural, de su lozanía y bienestar biológico.
En los mundos paralelos (el de la Física y la Mecánica Cuántica); la vejez cronológica humana (la del aspecto físico) a veces tiende a aliarse con la “juventud cuántica” que representa la edad biológica de nuestras células, la de nuestros átomos y su mundo invisible y microscópico. Ésta sin duda sería nuestra “edad Kairós” (refiriéndome al momento oportuno o tiempo indeterminado como lo entendían los griegos) que podría haber omitido envejecer al ritmo de nuestro aspecto, conservando buena parte de nuestra plenitud, salud y fortaleza física.
De tal manera que podemos parecer más viejos o más jóvenes ante la percepción de los demás, pero no por nuestra edad en el calendario, sino por el universo cuántico de nuestras células que es finalmente lo que nos determina.
Tener ochenta o setenta años, y parecer como si se tuvieran treinta o cuarenta (y poder actuar de esa manera) es la gran paradoja de algunos casos ciertamente extraordinarios de longevidad, eso a lo que Heisenberg (Premio Nobel de Física, 1932) también llamaría “principio de incertidumbre” dentro del mismo estudio de la Mecánica Cuántica, o el misterio del gato de Schrödinger.
Los campos electromagnéticos que rodean la Tierra, a escala humana también rodean nuestra propia energía, y cuando algo no concuerda nuestras células chocan creando anomalías genéticas o células que desde nuestro propio sistema inmune atacarán el cuerpo (les llamamos enfermedades autoinmunes) o a través de enfermedades como el cáncer.
En Física Cuántica se llaman “multiversos” y es por ello que el ejemplo del gato de Schrödinger tiene sentido. La incertidumbre es no saber a ciencia cierta cómo se comportarán nuestras células en el momento que pretendamos saberlo o con el simple hecho de ser observadas.
Si el gato está vivo o muerto, si se es más viejo o más joven no importando el tiempo del calendario… ¡Ese es el dilema!