Salvador Castell-González
Nuestro hogar biológico depende de diversas relaciones naturales que mantienen su equilibrio. La salud de los ecosistemas afecta directamente nuestro bienestar, pero las actividades humanas los dañan. Proteger estos recursos naturales es esencial para la supervivencia y sustentabilidad presente y futura. Cualquier proyecto de desarrollo tiene efectos en el entorno. Para llevar a cabo estos proyectos, existen mecanismos legales y técnicos para prevenir y medir el posible impacto.
Para minimizar el impacto ambiental del desarrollo, se implementan medidas de mitigación, que consisten en un conjunto de acciones orientadas a reducir o limitar las emisiones y sus efectos adversos. Simultáneamente, la adaptación pretende ajustar los sistemas humanos y naturales a los efectos inevitables del cambio climático, disminuyendo así su vulnerabilidad.
Algunos impactos son inevitables debido a su magnitud o naturaleza. Aquí es donde la compensación ambiental se convierte en una herramienta esencial, buscando resarcir los daños mediante la restauración o conservación de ecosistemas equivalentes.
Este proceso puede comprenderse mediante una analogía matemática. Consideremos una cuenca hidrográfica como una ecuación en equilibrio. Cada afluente, cada acuífero y cada ciclo de lluvia representan variables que contribuyen a la estabilidad del sistema. La actividad humana que disminuye el flujo de agua limpia o contamina parte del sistema altera este equilibrio.
La mitigación y la adaptación consisten en usar el agua de manera más eficiente o prepararse para periodos de sequía. Por otro lado, la compensación busca añadir un caudal equivalente en otra parte de la cuenca que lo necesite, asegurando que el balance hídrico general sea equilibrado.
La mitigación obliga a un proyecto a proteger hectáreas de selva para asegurar el suministro de agua y reducir el impacto en las reservas. En cambio, la compensación implica conservar y restaurar territorio para aumentar la capacidad de los acuíferos. Este mecanismo busca fortalecer las capacidades ecosistémicas para satisfacer las necesidades del desarrollo.
De esta forma, la compensación se convierte en una herramienta para mitigar el impacto ambiental, obligando a quienes generan un daño a invertir en la recuperación del patrimonio natural. No se pretende poner un precio a la naturaleza, sino reconocer su importancia y asegurar que los ecosistemas no queden desequilibrados. Es un paso hacia un desarrollo sostenible, donde el crecimiento económico no ocurra en detrimento del capital ecológico.
La compensación es hoy una herramienta muy poderosa para asegurar la sustentabilidad de los recursos naturales para las generaciones futuras.