Carlos Hornerlas
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El 3 de enero del 2020, por orden directa del entonces presidente de Estados Unidos, Donald Trump, un avión americano no tripulado ingresó en territorio iraní para dar cuenta del general Qassem Soleimani, considerado un héroe nacional y comandante de la Fuerza Quds de la Guardia Revolucionaria, un equipo de élite para labores de inteligencia y operaciones de alto nivel de la milicia persa.
Trump consideró haber librado al mundo occidental de la mayor amenaza terrorista gracias a lo que calificó de una operación de precisión quirúrgica de resultados eficaces y conforme a lo planeado. Desde entonces, el ayatola Alí Jamenei prometió una venganza en contra de los responsables del ataque. El ambiente en Medio Oriente se recalentó, contribuyendo a elevar la tensión presente en toda la región.
El 24 de mayo de 2024, en una serie de eventos difíciles de explicar convincentemente, el presidente de Irán, Ebrahim Raisi, así como el primer ministro y una serie de prominentes personajes de primera línea del gobierno en el poder, murieron tras el desplome del helicóptero en el que viajaban de regreso a la capital tras haber inaugurado una represa cerca de las lindes de Azerbayán. Aunque se ha manejado la versión oficial de una falla debido a condiciones climáticas, hay sectores iraníes que señalan hacia occidente como posiblemente responsables.
A ello habría que sumar que agentes del servicio secreto de Estados Unidos dieron a conocer que se tenía información sobre un supuesto complot iraní en contra de Donald Trump, desde días antes del atentado, sin embargo, rechazaron la sospecha de que Irán haya estado detrás de este ataque al candidato presidencial por parte del partido republicano. Y detallaron que habrían reforzado la seguridad del candidato precisamente a causa de estos indicios.
No obstante, el sábado 13 un tirador de 20 años, Thomas Crook, estuvo cerca de acertar un tiro que pasó rozando la oreja de Donald Trump. Como se ha informado hasta ahora por las autoridades, dicho joven actuó por iniciativa propia y en soledad, aunque no hay ninguna pista sobre el móvil que tenía para llevar a cabo sus planes. Desde las primeras horas posteriores al evento se descartó que sufriera algún tipo de enfermedad mental, lo cual hace más extraño su proceder si se piensa que tuvo que haber pasado por su mente que en esta empresa podría perder su propia vida.
Por otra parte, para nadie es una sorpresa que el magnate y ex presidente de los Estados Unidos ha sembrado vientos que hoy podrían ser tempestades. Ha cosechado la polarización fuera y dentro de su país, de su partido y hasta entre sus seguidores. Nunca moderado, con talante beligerante, con el pie en el estribo del caballo y pontificando su discurso como la única verdad, ahora Trump agradece a Dios que lo proteja de los desafíos del “Mal” y señala su protección como evidencia de su probidad como contendiente en la lucha política. En la fotografía ,que esculpe en el tiempo congelado su efigie, se le ve con el puño levantado, sobresaliente entre su equipo de seguridad, al momento de pedir a sus correligionarios que luchen.
Si la bala le ha rozado la oreja, con un zumbido ensordecedor. El zumbido de la realidad. En la otra oreja puede estar escuchando las voces que le piden arengar a sus seguidores, hoy más inflamados que nunca, para obedecer la defensa de América la grande. Así lo ha hecho antes, como el 6 de enero de 2021 cuando les pidió tomar el Capitolio tras haber sido objeto de “fraude electoral”. No sabemos quién estuvo detrás del atentado. Pero tampoco se puede negar que exista la posibilidad de que suceda de nuevo. La pólvora ya está regada y solo esperemos que la templanza prevalezca para bien de todos.