Por Alejandro Fitzmaurice
Si el Alejandro de la semana pasada lee esto, me escupe en la cara, pero es el tema: ¿verdaderamente es prudente quitarle todo el dinero público a los partidos políticos?
Hace unos días, cuando todavía espabilaba ante la propuesta del PAN, PRD y MC de eliminar todo financiamiento a las fuerzas políticas, me puse de pie a aplaudir mentalmente.
No obstante, la escasa transparencia que caracteriza a este sector me hizo temblar tiempo después. De la euforia pasé a la sospecha que otros periodistas me sembraron: ¿Y cómo van a pagar nóminas y deudas con proveedores? No, no van a dejar de hacerlo. Entonces, ¿a quién se lo van a pedir?
Por supuesto, esto ya pasa. No tendré pruebas, pero me parece ingenuo considerar que los políticos no pasan la charola, con o sin nuestro dinero. Así, quitarles fondos por completo provocará sólo que la charola se agrande.
“¿Estás arrepentido entonces de haberte adherido a la propuesta de Change.org para que se entregue el dinero de elecciones para apoyar a los damnificados? En lo más mínimo. Hechos extraordinarios merecen medidas extraordinarias, y antes que una elección carísima, hay que apoyar a quienes se quedaron sin nada.
De cualquier forma, ya sabíamos que los partidos recibían demasiado. Tuvo que llegar una catástrofe para despertarnos.
Sin embargo, si pensamos en el futuro y en el peligro que representará volver a la normalidad con partidos políticos que mágicamente pagan campañas exorbitantes con dinero de sus “militantes” y “simpatizantes”, ya no se ve tan tirada a la basura esa lana que se les entrega.
Entonces, ¿qué hacer? Tengo dos ideas medio recicladas de lo que he estado leyendo y escuchando.
Primero está eliminar un porcentaje importante, más no todo, del dinero que se entrega a estas instituciones. ¿Cuánto? No lo sé. Eso se tiene que definir en la ley y ser avalado por expertos.
A fin de cuentas, en los partidos hay gente capaz que trabaja honestamente y vive de ella. No veo por qué tendrían que empezar a recibir dinero de orígenes oscuros. “Pero los partidos políticos no sirven de nada. Es mejor que desaparezcan, animal”. Ése ya es otro tema. Hoy día, existen, y buenos o malos, prevalecerán por mucho tiempo.
La segunda tiene que ver con las formas de hacer campaña y eliminar el dinero que se les entrega en este rubro, aunque esto no sólo implica a los políticos. Permítame explicarlo: ¿Sirven de algo los pendones con la carita del candidato en cada esquina? ¿Y qué me dice de los espectaculares? Sí, aunque usted no lo crea, lo hacen, sirven: son parte de una compleja estrategia para posicionarse y tratar de estar en el “top of mind” de los ciudadanos.
Quizá muchos rechazamos éste y otros recursos, pero son también resultado del enfoque pragmático del cual las campañas se fueron impregnando: ofrecer soluciones, pero no ideología, vender un producto (el candidato) que representa la salvación, pero que no utiliza espacios para explicar cómo hacerlo porque, evidentemente, a nadie le importa. Luego entonces, ¿qué pasaría si la autoridad electoral compra espacios en los medios únicamente para asignarlos de manera equitativa a los partidos y generar propuestas más extensas y sustentadas con creatividad e ideología?
A eso me referiría con el asunto de que cambiar las campañas también nos compromete: tenemos que formarnos mejor antes de tomar decisiones y eso, pienso, sólo puede ocurrir leyendo posturas, viendo (muchos) debates, intercambiando ideas. Estará en su derecho, pero es una infamia que una mujer o un hombre en este país defina su voto bajo el argumento de que “me cayó bien el candidato”.
Ya sé que proponer campañas así, en los tiempos del hiperconsumo, es un sueño guajiro, pero creí entender que no necesitamos otra catástrofe para decidir que ya no queremos ser los de siempre, creí escuchar que, ahora sí, la que va dejar de ser mero sustantivo en nuestro diccionario de mexicanismos es la palabra cambio.