Gínder Peraza Kumán
Basura dantesca y muertes de motociclistas
De “dantesco e infernal” calificó el excandidato a la presidencia por el Panal Gabriel Quadri de la Torre el tiradero a cielo abierto del municipio de Progreso, como le informamos en nuestra edición del martes.
Ese basurero, subrayó el político, “es una clara muestra de falta de cultura e instituciones, (de) la corrupción y falta de visión”. Aún más, consideró que ese muladar “es algo que debería avergonzar a toda la sociedad yucateca y de todo el país”, es “una clara muestra de incivilidad, ilegalidad y falta de respeto por los que viven
aquí”.
Creemos difícil que alguien que haya entrado a un basurero como el de Progreso pueda refutar las afirmaciones de Quadri de la Torre. Pero lo peor es que ese escenario “dantesco e infernal” se repite, más o menos a la misma escala, en la gran mayoría de los municipios de Yucatán, y representa en todos los casos una verdadera agresión al medio ambiente, una real amenaza a la salud pública y una vergüenza y afrenta para todos los yucatecos que nada hacemos para cambiar esa situación.
Es penoso decirlo, pero la forma en que tratamos las enormes cantidades de basura que producimos como sociedad refleja el nivel, muy bajo, tercermundista, de cultura y desarrollo en el que vivimos.
Y de esto no sólo el gobierno es culpable, como dijo Quadri quien, al fin político, no se arriesga a perder simpatías hablándole de frente a la sociedad. Porque la verdad es que cada ciudadano, de cualquier edad, tiene parte de la culpa de que existan esos tiraderos a cielo abierto, agresiones a la ecología que casi siempre alcanzan
los niveles de “dantesco e infernal”, o poco menos.
La vergonzante forma en que los yucatecos manejamos la basura, junto con el desprecio con que tratamos el agua –esa gran riqueza que nos envidian los habitantes de otras partes del país–, son quizá las dos señales
más evidentes de nuestro subdesarrollo social.
Y decimos esto no solamente a manera de denuncia o lamento, sino como preámbulo de una exhortación que debería estar siempre presente en nuestras mentes: hay que empezar ya, ahora mismo, de inmediato, a cuidar con gran celo nuestro medio ambiente, nuestras riquezas naturales, especialmente el suelo y el agua sobre el cual y con la cual vivimos.
Sí tienen una gran responsabilidad las autoridades de los tres niveles –federal, estatal y municipal– en el cuidado de nuestros recursos naturales, pero de nada servirá cualquier esfuerzo oficial si no está secundado por la responsabilidad de la población. Son necesarias, pues, intensas campañas que aboguen porque cada uno de nosotros tome conciencia de la necesidad de manejar correctamente nuestra basura, y de la urgencia de proteger cada gota
de agua que yace en nuestros subsuelos. Si no lo hacemos así nosotros mismos, y con más razón nuestros hijos y nietos, sufriremos las consecuencias. Y tal vez tengamos que soportar la pena de ver que personas de otras partes
del país vengan a aplicar las medidas de protección que nosotros no hemos podido implantar, y que además esa gente foránea se lleve, a otras partes donde ahora mismo hace gran falta, esa riqueza líquida que nosotros menospreciamos.
Dantescos e infernales, sí, así se ven nuestros basureros. No merezcamos que nos digan que somos unos pobres diablos de esos “infiernos” porque nada hacemos para frenar la contaminación de nuestros suelos y agua.
Indolencia que cuesta vidas
¿Creería usted que la indolencia, dejadez, desidia o cómo le quiera usted llamar de las autoridades municipales en el interior del estado causa muchas muertes? Pues es fácil de comprobar que sí, con tan sólo tomar nota del número de vidas que, como dan cuenta los medios de comunicación se pierden todas las semanas en accidentes de motociclistas.
Tan sólo este martes 30 se informó de tres muertes por esa causa: la de un joven de 25 años en la carretera Tekantó-Bokobá, la de otro de 20 en el barrio de La Candelaria, en Valladolid; y uno más de sólo 22 años en Ticul.
¿Y por qué decimos que la indolencia está en la raíz de esas muertes? Porque muy pocos, o quizá ninguno, de los presidentes de los 105 municipios del interior del estado se atreven a tomar el toro por los cuernos y regular el uso de motocicletas en sus poblaciones.
Así que en los pueblos puede ver usted a los motociclistas transitar con exceso de velocidad, en todos los sentidos, con frecuencia alcoholizados, sin casco, sin luces en la noche, y hasta tres o cuatro personas en uno solo de esos vehículos. Y frente a todas esas anomalías, ve usted que los policías locales ni siquiera le llaman la atención a alguien, aunque carezca de licencia o sea menor de edad.
Alcaldes y policías prefieren la pasividad en vez de afrontar el costo político y social de aplicar las leyes de tránsito y vialidad. Optan por evitarse líos, a pesar de que tendría que ser parte de su trabajo, así que con esa actitud son en parte culpables de que mueran tantas personas, sobre todo jóvenes, que son los que más usan las motocicletas.
¿Qué se puede hacer ante este problema? Quizá todo se resolvería si se aplicara la ley y cada
quien, alcaldes, policías y ciudadanos, atendiera sus responsabilidades. Pero sabemos que es muy difícil que eso suceda, así que parece más probable que no nos quede más que aprender a resignarnos a ver cómo se pierden tantas vidas jóvenes. Otro rasgo de tercermundismo.