DE ARTE, CIENCIA Y FILOSOFÍA / LA FLAUTA Y LA LIRA

¿Quién no ama la música? Los que padecen de “amusia”, trastorno que les impide disfrutar de cualquier sonido musical, que para los demás suele ser agradable y maravilloso al escuchar.

El oído, por el que oímos, pertenece al sistema nervioso somático, a través del cual sentimos lo que escuchamos. Por ello que sea nuestra sensibilidad y no nuestra falta de ella, lo que capta la armonía de una melodía. Aunque también la distorsión (disonancia) o la cacofonía de una letra, puede ser lo que a muchos les guste escuchar, aunque en ello ni la belleza ni la armonía estén presentes.

Cuando decimos que una música se oye celestial, es sin duda por su cadencia y suavidad al oído, por su equilibrio y armonía, su tonalidad y su color, por la matemática exacta de su contraste en el conjunto del uso de sus elementos. Y porque la primera referencia de esta música, sublime y refinada; la tenemos en el mito de Apolo y Orfeo (padre e hijo), de donde surge la primera historia y principio del arte musical.

Es a Apolo a quien se le atribuye ser el dios de la música, de la buena música, la fina y refinada al oído. Pero la lira (que puede presumirse como el primer instrumento musical que existió), con la que se identifica al también dios del sol y la belleza (dios supremo de la armonía cósmica), fue un regalo que le hizo Hermes (mensajero de los dioses), quien inventó el instrumento, y que luego Apolo así mismo le regaló a su hijo Orfeo, cuya madre era la musa Calíope, conocida también como musa de la música.

En adelante será Orfeo a quien se identificará con tan celestial ins- trumento. De él se dice que cuando Orfeo lo tocaba, todo ser se queda- ba extasiado al escucharlo. Su música paraba riñas entre animales y discordia entre los hombres. Hacía que el mundo se relajara y descansara de su mal ánimo.

Cuenta el mito que un día su esposa Eurídice fue mordida por una serpiente y murió. Como la amaba tanto, Orfeo pidió permiso para bajar a los infiernos y pedirle a Hades (dios de los muertos) que se la devolviera. Hades, y por insistencia de su esposa Perséfone, le pidió que tocara su lira, y si lo- graba embelesarlo con ella, podría llevarse a su esposa. Por supuesto, Hades (el mismísimo dios de los infiernos) quedó encantado con cada una de las notas de Orfeo, y dejó que Eurídice se marchara con él, pero no sin ponerle una condición; que por nada del mundo vol- teara a ver si Eurídice seguía detrás de él. La historia lamentablemente no termina bien, porque entonces sería Eurídice la primera que luego de muerta, haya regresado del mundo de los muertos. Y por ello que también, además de hermosa, la música sea triste.

Pero hay otra historia que también habla de la música, la de Pan, que formaba parte del cortejo del dios Dioniso (dios del vino, la fiesta, el exceso y el placer). Se dice que Pan, un pequeño dios mitad hombre y mitad cabra, le agradaba andar por el bosque persiguiendo ninfas. Un día se encontró con Siringa, una bella ninfa que al verlo (porque su aspecto era horrendo) escapó de él. El mito cuenta que Siringa decidió ahogarse en el río antes de ser alcanzada por el pequeño dios. Al ver Zeus su fatal destino, decidió convertirla en una caña, con la que entonces Pan, decepcionado pero enamorado de ella, decidió también convertirla en flauta (una siringa), con la que hasta hoy se le identifica en la música; la flauta de Pan. ¡Esa es la historia!

Pero uno y otro; Pan y Orfeo, son el tributo y cimiento mítico de la música. Una delicada y celestial (la de Orfeo), y la otra ruidosa y festiva (la de Pan). Cada una obedeciendo al carácter y virtud de su esencia. Pero también cada una identificándose con el gusto, el placer, la delicadeza o el ánimo de quien la escucha.

Federico Nietzsche, el filósofo alemán, se refiere al arte de cada una como lo apolíneo (lo sublime, exquisito y delicado) y dionisiaco (impetuoso, festivo, arrebatado). Para nuestro sistema nervioso, la música nos genera endorfinas, péptidos y neurotransmisores que alivian el dolor y nos dan la sensación de bienestar.

¡La música es Dios! -dijo alguna vez Alice Hertz.

MARIO BARGHOMZ

mbarghomz2012@hotmail.com

Escritor (ensayista y crítico de arte), Filósofo Humanista y Master en Psicoterapia.