Días de septiembre

Jhonny Eyder Euán
jhonny_ee@hotmail.com

Otra vez estamos viviendo días en los que no hay ni un solo enfermo de coronavirus. Tampoco hay más vacunaciones para adultos como yo, pero sí hay indicios de libertad, de—una quizás falsa—tranquilidad.

Hace poco días el equipo local de béisbol ganó el campeonato nacional y hubo un desfile para celebrar. Mucha gente salió a las principales calles de la ciudad para aplaudir a sus campeones.

Vi por televisión todo ese show que tuvo su momento culminante en el palacio de gobierno, donde la máxima autoridad de la entidad estaba esperando a los deportistas. Me llamó la atención que no portara cubrebocas. No estaba en un lugar completamente cerrado, pero bueno, la costumbre de la mascarilla es tremenda.

De un tiempo para acá se volvió casi delito no cubrirse la boca y nariz al salir a la calle, sin importar que ya no esté prohibido. Al menos en mi entorno es difícil asimilar que se puede andar sin cubrebocas en parques o lugares despejados.

Lo digo con cierto desconcierto porque también es molesta la costumbre. Cuando uno quiere sentirse libre como antes de la pandemia, siempre hay alguien que te recuerda que “esto no ha terminado, no seas irresponsable, sé empático con los demás”. Ese recordatorio se vuelve diario, más frecuente que los anocheceres.

Hoy en día muchas personas han dejado las mascarillas y salen sin miedo para pasarla bien en grandes eventos como un partido de fútbol o béisbol. Las fiestas tradicionales se han restablecido en los municipios, así como la afluencia de gente en bares y restaurantes.

Hay momentos en los que creo que estamos salvados y que debería taparme los oídos cuando me encuentro con alguien que siente que no respira sin cubrebocas. Sin embargo, en la televisión continúan apareciendo verdaderos expertos de salud, quienes recuerdan que en cualquier momento y donde menos se espera, surge una nueva amenaza.

La pandemia se llevó toda la atención del mundo, tanto que ahora no tenemos en cuenta que hay otros peligros y males que podrían costarnos la vida. Nunca se han dejado de registrar casos de sida, cáncer, tuberculosis; y ahora de la viruela del mono. La tierra tampoco ha dejado de temblar como un recordatorio de lo frágiles que somos en las grandes ciudades.

El mundo nunca ha sido un lugar donde se pueda estar completamente a salvo. Aunque se acabe la pandemia de coronavirus, siempre tendremos que cuidar nuestros pasos porque hasta una caída sobre el pavimento puede significar el final.