Mario Barghomz
mbarghomz2012@hotmail.com
Existe una línea muy sutil y muy delgada entre la dignidad y la soberbia. Etimológicamente la palabra soberbia se define como altivez, arrogancia y desmesura (a lo que los griegos antiguos llamaban “hibris”). Se da por una actitud de superioridad ante los demás.
La dignidad, por su parte, nos relaciona con aquello que nos hace merecer, con aquello que se nos ofrece o se nos da, con lo que se otorga o se gana, o con lo que también se señala en relación a nuestra virtud.
Ser digno o vivir con dignidad sugiere la idea de vivir con valor, con la nobleza natural que se posee o se gana. Por supuesto hablamos del valor ético y moral de una persona. Y aunque el valor inherente que sugiere la palabra dignidad, proviene de la idea de un concepto natural con validez universal, la dignidad debe ganarse más que otorgarse.
La dignidad, per se, se valora en todo sentido a partir del respeto, el derecho y la libertad de lo humano. Ser digno deviene del ser mismo, pero en su relación con el mundo, puede mantenerse o perderse. En tal sentido, quien ha perdido su dignidad (derecho divino y natural), perderá en sí mismo el respeto y el valor de su ser.
En el “Libro de Enoc” (doy un ejemplo), un texto que la Biblia, tanto del viejo como del nuevo testamento, citan sólo por partes; los doscientos ángeles que custodian a la humanidad (vigilantes), llegan a perder su dignidad ante Dios, al verse tentados a seducir a las mujeres mortales con las que luego tendrán hijos y nacerá la raza de los gigantes (como aquél llamado Goliat que peleó contra David, inmortalizado después por Miguel Ángel). Dios, por supuesto, castigará esta soberbia, la desmesura de su desobediencia sin perdonar nunca su arrogancia.
Enoc implora por ellos, pero Dios no atenderá sus súplicas. Más bien ordena al arcángel Gabriel que encadene al peor de todos en el fondo del abismo de la Tierra, donde vivirá por siempre entre tinieblas (hablamos del Diablo). Luego Dios ordenará a Noé que construya una barca porque acabará con el mundo conocido bajo un diluvio.
Entre una y otra, dignidad y soberbia, se transita con aquello que en lo humano nos hace ser quienes somos, estando asimismo más allá de la simple apariencia del rostro o perfil con el que regularmente nos presentamos.
La dignidad pertenece filosóficamente, a la serenidad y templanza de los espíritus nobles. La soberbia, por otra parte, siempre representará la altivez equivocada de un orgullo desmedido.
El orgullo de la dignidad deberá ser siempre exaltado, como el orgullo que un padre siente por un hijo. En contraste con el orgullo soberbio de quien hace de la “hibris” su territorio, como en nuestro ejemplo de los ángeles.
Pero una y otra, dignidad y soberbia, deberán juzgarse en la persona del ser ante sí mismo. Como aquel orgullo también de Faetón (hijo de Apolo), cuya desmesura provocó que el mismo Zeus lo derribara con un rayo.
Como sea; una y otra parecen albergarse en el seno de cada corazón humano.