Dios nos espera con los brazos abiertos: el mensaje del Arzobispo de Yucatán

En el marco del cuarto domingo del tiempo de Cuaresma, conocido como “Laetare”, que significa “alégrate”, el arzobispo de Yucatán, monseñor Gustavo Rodríguez Vega, recordó que, a pesar de la austeridad y los sacrificios propios de este periodo, el espíritu debe mantenerse alegre en preparación para la gran celebración de la Pascua.

“El santo Evangelio según San Lucas nos presenta la parábola del ‘Hijo Pródigo’, considerada por muchos como la página más bella de la Sagrada Escritura e incluso de toda la literatura universal”, señaló.

Explicó que Jesús contó esta parábola en respuesta a las críticas de fariseos y escribas que lo acusaban de convivir con pecadores.

“De hecho, en este mismo pasaje se relatan otras dos parábolas sobre la misericordia de Dios, siendo la del ‘Hijo Pródigo’ la tercera y más emblemática”, mencionó.

Monseñor Rodríguez destacó que este relato es especialmente oportuno en Cuaresma, pues invita a la conversión desde la confianza en un Dios misericordioso.

“Jesús trata a Dios como a su Padre, y esto fue una de las acusaciones que lo llevaron a la muerte”, recordó.

Asimismo, subrayó que Dios se nos revela como Padre en la oración del “Padre Nuestro”. “Aunque en el mundo existen padres desnaturalizados, el amor de un buen padre por su hijo es el mejor reflejo del amor divino”, afirmó.

Señaló que la libertad es el mayor regalo que Dios ha dado al ser humano, permitiéndole elegir entre el bien y el mal.

“La privación de la libertad es el mayor atentado contra la dignidad humana, como ocurre en el caso del secuestro”, enfatizó.

En la parábola, el hijo menor exige su herencia, se aleja del hogar y la malgasta en placeres, hasta quedar en la ruina y verse obligado a cuidar cerdos.

“En ese punto de desesperación, recapacita y decide regresar a su padre, reconociendo su pecado e indignidad”, explicó.

Monseñor Rodríguez enfatizó que Dios, como el padre de la historia, no espera a los pecadores para castigarlos, sino que los recibe con los brazos abiertos.

“Como dice Jesús: ‘Hay más alegría en el cielo por un pecador que se arrepiente que por noventa y nueve justos que no necesitan arrepentirse’ (Lc 15, 7)”.

El pasaje evangélico describe con emoción el reencuentro: “Todavía estaba lejos cuando su padre lo vio y se enterneció profundamente. Corrió hacia él, lo abrazó y lo cubrió de besos” (Lc 15, 20).

“Imaginemos a cada uno de nosotros recibiendo semejantes caricias de nuestro Padre Dios”, invitó el arzobispo.

El hijo menor, al confesar su falta, es restaurado sin reproches.

“El padre manda vestirlo con la mejor túnica, colocarle un anillo en el dedo y sandalias en los pies, símbolos de dignidad y restauración”, explicó.

Comparó esta acción con el relato del Génesis, cuando Dios vistió a Adán y Eva tras su pecado.

“Así como el padre de la parábola viste a su hijo con la mejor túnica, Dios nos cubre con su gracia al arrepentirnos”, dijo.

El hijo mayor, por su parte, representa a quienes cumplen la ley sin amor ni misericordia, creyéndose superiores.

“No disfrutan del bien, solo evitan el mal; no aman a Dios, solo cumplen con el deber”, reflexionó.

“El que conoce el amor de Dios no busca recompensa, pues ya la tiene junto a Él. Tampoco juzga a los demás, porque reconoce en cada persona la imagen de Dios”, agregó.

Texto y fotos: Darwin Ail