Mario Barghomz
mbarghomz2012@hotmail.com
Una de las cosas más interesantes que he leído estos últimos días (de hecho ha sido una relectura), son los hallazgos del físico-teórico inglés Stephen Hawking sobre su investigación y teoría de los “agujeros negros” que, según él y otros astrofísicos, son estrellas de hidrógeno que han sufrido un colapso.
Como colapso (en este caso) debemos entender que el campo gravitatorio de la estrella sería tan intenso que su luz no podría emitirse, ni aún desde su superficie. Estrellas así no podríamos naturalmente verlas por su incapacidad de emitir luz, pero seguiríamos sintiendo su atracción gravitatoria. Lo que crea un agujero negro o “campo vacío” –como también le llama Hawking- en el espacio, es la propia gravedad de la estrella misma que le impide toda posibilidad de brillar.
Imaginemos a una persona deprimida, angustiada, temerosa o desesperada; analógicamente su campo interno de gravedad sería tan intenso (en este caso de nuestra comparación podríamos calificarlo también como denso o espeso) que nada bien o bueno podría salir de ella. Sería una persona (un organismo) atrapada en la propia densidad de su gravedad, en su propio vacío; ¡en la nada!
Hay en el agujero negro una frontera; los astrofísicos le llaman el “horizonte de sucesos” que es donde se detiene la luz impedida de salir. Es –dice Hawking- como el “borde de una sombra”; el límite entre el vacío interior de un agujero negro y el espacio exterior.
El colapso de una estrella para luego convertirse en un agujero negro dependerá del grado de su “entropía”, es decir, de su propio caos interior que arrastra la colisión de sus átomos; hidrógeno que se convierte en helio para finalmente colapsar.
En mi analogía con el organismo humano, el colapso de una persona depende asimismo también de su caos interior, de su entropía, de su desorden existencial que finalmente lo determinará. Hay en su horizonte de sucesos (en el borde de su sombra), aquello que a nivel humano define su salud; es la frontera entre la salud y la enfermedad, entre la luz y la oscuridad, entre la energía propia que lo sustenta y el colapso de la sobresaturación.
A veces demasiado (me refiero a lo excesivo de cualquier caso) es lo que desproporciona o desestabiliza la vida de una persona. Lo mismo pasa exactamente (y por ello el favor de esta analogía) con una estrella que posee demasiado hidrógeno, cuyo calor es tan intenso que las revoluciones de su gravedad la agotan. A veces –señala Hawking- demasiado es el problema. Por eso existen los agujeros negros, estos vacíos en el Universo. Y por ello, asimismo, personas vacías existencialmente en el mundo.
Pensemos en aquello que puede ser demasiado en nuestras vidas; dinero o pobreza, comida, trabajo o pereza, ambición, indiferencia o egoísmo, por lo que invariablemente se generará demasiado estrés, angustia, miedo, enojo, desesperación, tristeza, desencanto, decepción y finalmente agotamiento (cansancio) que tarde o temprano enfermarán al corazón, al hígado, al páncreas, a los pulmones, la garganta, la sangre, el estómago, la piel o el cerebro… Los médicos le llamarán “crisis interna”. Yo le llamo caos, entropía y desorden existencial (vacío interior) que se presenta ocasionalmente como antesala de la muerte que puede ocurrir en el momento mismo de un desajuste o inestabilidad orgánica, o puede bien retardarse dependiendo del reajuste o la propia situación (leve o grave) de un sistema orgánico. La entropía dentro de un vacío siempre determinará los segundos, minutos o días siguientes.
Nuestro horizonte de sucesos marcará sin duda el límite entre lo inevitable y aquello que aún está en nuestras manos. La vida debe fluir, no detenerse como la luz de una estrella en el borde mismo de su sombra.
Somos polvo de estrellas, el mismo polvo con el que seguramente Dios nos creó. Estamos hechos con los elementos naturales del Universo. En el mito y diagnóstico de la creación, primero fue el cosmos, luego las estrellas y después nosotros.
Cuidemos que la gravedad de nuestra propia existencia no nos agote en sus límites para no andar después como simples “vacíos” o “agujeros negros”, errantes por la vida. ¡En el horizonte mismo de nuestros propios sucesos!