Todas las culturas han dedicado especial interés al mundo de los muertos. Desde hace unos 150,000 años se empiezan a realizar rituales relacionados con la muerte. El deseo de que el muerto continúe vivo entre nosotros es universal, explica Andrés Gutiérrez, conservador del museo de América de Madrid, especialista en antropología precolombina.
Las tumbas de Paracas (costa de Perú) se conservan muy bien, rodeada con abundantes objetos que la acompañan al más allá. Esta acumulación de objetos de valor es característica, por eso se han saqueado las tumbas a lo largo de la historia para recuperar estos objetos.
“En todas las culturas, desde la judeo-cristiana, en general, la cultura mediterránea, hablamos del alma, de la resurrección de los muertos”, explicó en entrevista a EFE Andrés Gutiérrez, conservador del Museo de América de Madrid.
“En el mundo precolombino, los rituales están marcamos por los ciclos vitales, desde la bienvenida a la vida, o bautizo; la iniciación, comunión; el paso a la pubertad, a la vida adulta (la fiesta de los 15 años), pasa a ser miembro de la comunidad; el matrimonio, como creación de la familia y la muerte. Al final es más o menos lo mismo, los seres humanos marcamos los periodos de la vida. Son ritos de la comunidad”.
Dentro del ciclo de muerte, transformación o la momificación en Egipto, con su serie de rituales, ritos en los que se prepara el cuerpo para su conservación, que sería el objetivo.
En Perú, por ejemplo, se conservan muy bien los cuerpos de forma natural que son enterrados por la sequedad de las arenas de la costa.
El fardo funerario de la momia de Paracas, con más de 2,000 años de antigüedad está enrollado, agachado, flexionadas las piernas, en cuclillas, el estado en el que se abandona el mundo terrenal. Sorprende el perfecto estado de conservación debido a que se encuentran bajo tierra, con la arena seca de la zona.
Este fardo tan bien conservado corresponde a una momia, de la que sólo es posible apreciar la cabeza con una acusada deformación craneal. El cuerpo está colocado en posición genuflexa, sobre una cesta de fibra vegetal y era cubierto por tejidos elaborados en muchos casos específicamente para el ritual mortuorio.
La momia se encuentra ricamente ataviada con una nariguera o máscara bucal, un collar y un pectoral, todo ello de oro. Los fardos funerarios no se enterraban sin más, ni se abandonaban, sino que los sacaban una vez al año, un día en concreto, para que se vieran, coincidiendo con la fiesta del sol. La función del cordón largo de cuerda a modo de cordón umbilical era para bajar el fajo funerario dentro de la tierra.
EL MUNDO SUPERIOR, MEDIO E INFERIOR
“En estas culturas antiguas americanas, existían tres mundos, superior, medio e inferior, que no corresponde necesariamente a lo que consideramos malo o bueno en el mundo occidental, el cielo, la tierra y el infierno”, nos dice el historiador.
El mundo superior, el de los cielos, para los mexicas, no era uno único y solo, sino que existían siete cielos con sus siete infiernos. Compartían el mismo cielo los guerreros y la mujer parturientas que mueren en el parto. Existía otro cielo para los que morían con causas relacionadas con el agua, ahogados en río o lago; otro cielo especial para los niños pequeños y otro común para los que morían por causas naturales, vejez, el mixtlán”, dijo Gutiérrez.
En Iberoamérica está mezclado con las tradiciones cristianas pero existen unas costumbres anteriores, precolombinas. Por ejemplo, los peruanos tienen calaveras pequeñitas, en sus casas, que guardan y muestran pues para ellos la muerte no es el fin sino el principio de otra etapa, como en la religión católica y otros credos, que en eso coinciden.
Cuando sueñas con una persona fallecida, ¿cómo la estás viendo?, ¿cómo interpretas a esa persona que ya no está?, son raíces comunes y la interpretación que tiene uno de esas personas, todos tenemos el recuerdo de esa persona de ese amor como se materializa.
INCAS Y MEXICAS SON MÁS CONOCIDAS
La cultura de los Paracas (costa sur de Perú), mucho más antigua que los incas, su última etapa data del siglo XV, antes hubo muchas como la Chimú, la cultura anterior a los incas de Perú hasta que fueron derrotados por éstos.
Los palacios de los Chimú servían como mausoleo cuando el rey muerto quedaba momificado, mientras el nuevo rey levantaba otro palacio. A los muertos se los atendía, se los sacaba en procesión, se les suministraba alimentos. Las mujeres cuidaban sus tumbas y sus momias para conservar la memoria de esas personas.
Otra cosa importante es la necesidad de dotar de vida a los difuntos, de un aspecto vivo fabricando máscaras a modo de rostros de vivos colores para los fardos funerarios, al ir perdiendo los muertos la forma humana, como hacían los Mochica de Perú.
Hay piezas escultóricas de enterramientos que presentan una moneda de jade en la boca para pagar el viaje al más allá. Otras tumbas incorporan perros para protegerles en su camino.
Los Moches, 700 d. C., realizaban sacrificios de sus prisioneros, son moches contra moches, al vencedor se le representa como héroe, y el perdedor se le representaba con las manos atadas atrás, con soga al cuello.
Otra pieza espectacular muestra la representación de un joven que tras ejercer un año encarnando a la divinidad y después sacrificado y más tarde cubierto con piel, un rito que tiene que ver con el renacimiento con el renacer, y la primavera en la zona de Mesoamérica, también en la de los mexicas, en la zona de Veracruz. Lo practicaban del 400 al 100 antes de Cristo, es decir de más de 2,600 años de antigüedad, nos cuenta el antropólogo.
LOS QUIMBAYAS
Ajuar compuesto por unas botellitas de distintos tamaños o urnas cinerarias que representan figuras masculinas y femeninas en actitud sedente ante el ceremonial. La cabeza está adornada y luce ceñidores en rodillas y tobillos.
Procede del contexto funerario conocido como “Tesoro de los Quimbayas”, compuesto por piezas de gran importancia por su valor histórico, artístico y cultural. No son urnas funerarias. Son unas botellitas de oro, huecas rellenas de cenizas humanas de ancestros.
“Posiblemente para el consumo de las hojas de coca, ritual en Colombia y en Venezuela en el que las cenizas de los ancestros de los personajes importantes se mezclaba con una especie de sopa y la ingería los parientes y herederos”.
“Dentro de ellas hay cenizas humanas, de muertos, con marcado sentido funerario que corresponde a la práctica de un rito: la Transubstanciación, es decir participar de la comunión de la divinidad”.
De su estudio se constata que estas cenizas están molidas, bien machacadas dentro de estas botellas donde se mezcla con la cal.
Que viene en su aspecto simbólico a estar relacionada con ese deseo de “tener” la divinidad, de comer y beber el cuerpo de la divinidad, como también contemplan otras religiones como la católica, nos explicó el conservador.
Participa de la idea, común de conversión del cuerpo por parte de personas con poder, o afines, especiales, herederos… Esta cultura abarca desde el 500 a.C. hasta avanzado el siglo XVI d.C., nos recordó el historiador, Andrés Gutiérrez.
Texto y fotos: EFE