El que paga, gana

Para mi amigo Bruno, hasta el rincón Geek en Australia.

Platiqué con Bruno esta semana. Estaba trabajando en un software de la plataforma de Adobe y cuando necesitaba aplicar ciertas funciones a aquello que detallaba, la plataforma le pidió “actualizar” algunas características de la versión que tenía a cambio de un pequeño pago extra para continuar.

El concepto no es nuevo, como él mismo me explicaba, Ya existe desde el inicio de los videojuegos y se le llama “pay to win” (paga para ganar). El eufemismo esconde una práctica normalizada pero perniciosa para todos los jugadores. Consiste en que, a pesar de las habilidades que tengas, de tu estrategia o tu dedicación, la victoria se determina por el grueso de la chequera de tu oponente, quien puede adquirir armas, habilidades o destrezas a cambio de ese pago extra en línea y “derrotarte”. Pero, vamos, se trata de un juego no de tu vida.

Esta práctica deleznable, ha saltado del mundillo geek y gamer al software de productividad. Imaginemos la siguiente situación: necesitas editar un video y usas una versión gratuita del software que impone al formato de salida una marca de agua indeleble. Hasta aquí nada nuevo, pero… si gustas quitarla te ofrece una función premium con inteligencia artificial que utiliza un algoritmo que potencia la calidad del video hasta llevarlo a un nivel cercano a la cinematografía. Has ganado a pulso de soltar monedas, no de invertir en el talento y la creatividad.

Esto, que de inicio podrá parecer una ventaja, en realidad es la vuelta de tuerca de la promesa de la tecnología digital que buscaba democratizar y poner en las manos de cualquiera las ventajas del ecosistema que sustituía al mundo análogo en el cual, tanto el equipamiento como los principales proveedores se contaban con los dedos de una mano e imponían sus condiciones, formatos y precios. El “pay to win” está creando una nueva aristocracia digital.

Ante este nuevo estado de cosas, un freelance no podrá competir con los grandes consorcios que paguen cantidades enormes a modelos sofisticados de IA. La competencia que antes se libraba entre humanos ahora será trasladada al campo de la potencia de los procesadores de la IA. Con ello los efectos en la innovación y la desigualdad se pueden exponenciar a niveles insospechados. Y no estamos hablando solamente de uestiones de producción de medios, sino casi de cualquier actividad en la que intervenga o el software o la inteligancia artificial o ambas en conjunto.

Si el modelo “pay to win” se aplica, por ejemplo a la capacitación, una persona con un tutor personalizado de alta gama de IA recibirá mejores contenidos y trato que aquellos que no pueden pagar por ello, agrandando la brecha entre distintos trabajadores, creando una ventaja inminente para los segundos. Imagine en el campo de la salud, en el que se pueda pedir a la IA que elabore un análisis mucho más detallado que el radiólogo del hospital por un acuta extra. Es un instrumento de estratificación social nuevo.

Aunque se dirá que es el precio del progreso, también es una oportunidad de regreso a modelos de negocio honestos: suscripciones que otorguen acceso completo, licencias perpetuas, software de código abierto patrocinado, o freemium que se base en características de conveniencia, no en la calidad fundamental del resultado.

No permitamos que el mundo se convierta en un servidor donde solo ganan aquellos que pueden pagar la entrada. El precio de perder esta batalla es una desigualdad de la que quizás jamás podamos recuperarnos.