El rol de las juventudes en la acción climática

SOFÍA MORÁN

Ser joven en medio de la crisis climática no es solo protestar por un futuro hipotético. Es ejercer, aquí y ahora, derechos concretos: acceso a información veraz, participación en la toma de decisiones y justicia ambiental.

En el marco del programa “Camino hacia la democratización del Sur: Infancias, adolescencias y juventudes por la acción climática”, donde tengo el privilegio de ser parte de un grupo de menos de 200 personas seleccionadas entre más de 10,000 de América Latina, África y Asia; participamos en un proceso formativo con el objetivo de capacitarnos en materia de justicia climática y gobernanza socio ambiental.

Durante la última clase impartida por Caren Ardila, líder juvenil en biodiversidad y delegada oficial de Colombia en la COP28, se confirmó algo urgente: sin democracia ambiental, no hay lucha climática efectiva.

Con datos contundentes, Caren ilustró cómo mientras el 10% más rico del planeta genera casi la mitad de las emisiones globales, las comunidades vulnerables cargan con las peores consecuencias. Esta injusticia no es natural: es el resultado de sistemas que silencian las voces de quienes más tienen que perder.

Tres aprendizajes clave resaltaron de esta clase:

1. Somos generadores de conocimiento: Las juventudes no solo recibimos información, la producimos. A través de proyectos locales de monitoreo ambiental, talleres comunitarios y plataformas digitales, estamos democratizando el acceso a datos cruciales sobre la crisis climática.

2. Somos puentes entre lo global y lo local: Mientras aprendíamos sobre los acuerdos internacionales, compartíamos cómo estos se traducen (o no) en acciones concretas en nuestros territorios. Desde Filipinas hasta Colombia, estamos demostrando que las soluciones más efectivas nacen de esta conexión.

3. Somos guardianes de la diversidad: La presentación destacó cómo los pueblos indígenas protegen el 80% de la biodiversidad mundial. Muchos jóvenes en el programa trabajamos codo a codo con estas comunidades, combinando saberes ancestrales con innovación tecnológica.

Nuestro rol va más allá de la protesta. Somos investigadores, educadores, innovadores y, sobre todo, agentes de cambio en nuestros espacios inmediatos. Cada taller que impartimos, cada proyecto comunitario que lideramos, cada dato que recopilamos, está construyendo alternativas reales al modelo actual.

Aquí es donde el Acuerdo de Escazú se vuelve nuestra herramienta más poderosa. Como el primer tratado ambiental de América Latina y el Caribe, reconoce tres pilares fundamentales para nuestra labor:

– El derecho a saber: A acceder a información ambiental clara y oportuna.

– El derecho a participar: En las decisiones que afectarán nuestro futuro.

– El derecho a proteger: A quienes defienden el medio ambiente, muchas veces arriesgando sus vidas.

En cada sesión de este programa, he visto cómo estos derechos se hacen realidad. Jóvenes de diferentes rincones del mundo compartiendo conocimientos, exigiendo transparencia a sus gobiernos y creando redes de apoyo. Es la demostración práctica de que cuando nos dan las herramientas y los espacios, podemos ser agentes de cambio real.