El Señor llama hijos de Dios a quienes trabajan por la paz

En la homilía dominical, el arzobispo Gustavo Rodríguez Vega afirmó que si Cristo nos dio la paz, ¿por qué hay guerra en Ucrania?, ¿por qué hay tanta violencia en México y en el mundo entero? Cristo no da su paz como la da el mundo. El mundo impone la paz a través de la guerra, con las armas y condiciones de injusticia. Por eso dice Cristo: “No se la doy como la da el mundo” (Jn 14, 27).

Señaló que la paz de Cristo es un regalo para cuantos creemos y confiamos en él. En nosotros está el conservar esa paz y difundirla construyéndola. Por eso añadió: “No pierdan la paz ni se acobarden” (Jn 14, 27). Teniendo la paz de Cristo en cada uno de nosotros y en cada una de las familias, tenemos todavía la tarea de construir la paz en la sociedad y en los pueblos.

Indicó que evangelizar es sembrar la paz de Cristo, y el Señor llama “hijos de Dios” a quienes trabajan por la paz (Cf. Mt 5, 9). La paz que necesitan los pueblos y todas las comunidades humanas se construye a base de diálogo y de fortalecimiento del tejido social. La paz se construye desde la justicia, pues ésta es fruto de la justicia misma (Cf. Is 32, 17).

Rodríguez Vega dijo que la esencia de la Iglesia no cambia, “así como nuestro cuerpo va cambiando a través de los años de bebé a niño, de niño a adolescente, de adolescente a adulto y de adulto a anciano; sin embargo, toda la vida somos la misma persona. Lo mismo sucede con la Iglesia, que siempre va creciendo y sufre algunas transformaciones a través de los siglos, pero en esencia es la misma Iglesia fundada por Jesús”.

Señaló que lo permanente en cada ser humano es su espíritu, aunque el cuerpo experimente mil cambios; y lo permanente en la vida de la Iglesia es el Espíritu Santo que la guía y alimenta para permanecer en la misma fe, esperanza y caridad de siempre. El Espíritu también nos acompaña en lo cambiante de la vida de la Iglesia, que es el número de los cristianos y en el repensar las normas que van rigiendo su convivencia, así como en su crecimiento de la comprensión del misterio cristiano.

Texto y foto: Darwin Ail / Cortesía