El tiempo de Bonaparte

Por Carlos Hornelas

Hay instantes que duran una eternidad. Ayer las columnas abundaban sobre el mitin en el zócalo en el cual el presidente López Obrador presumía músculo y se regodeaba con aquello que calculaba como sus logros. A un año del triunfo electoral, se decía.

No obstante, esa expresión resulta un tanto engañosa porque, si bien hace un año ganó la elección, todavía no se sentaba en la silla presidencial a gobernar.

Cierto es que, el vacío de poder que experimentó el sexenio de Peña Nieto a partir de ese momento fue ocupado por los reflectores que se dirigieron, sin descanso al presidente electo y desde entonces los ha acaparado. Tal vez sea por ello que parece que lleva más tiempo en el puesto.

Sea como fuere, en política los tiempos están marcados como hitos, con rituales que se cargan de sentido para aliados y adversarios. Paul Virilio aseveraba que quien controla la velocidad, controla el poder. Así, Tutankamon es retratado en su sarcófago con su látigo y su cayado. El primero es para acelerar el carro de combate, mientras el segundo es para frenarlo y retener las riendas: para ralentizar el tiempo y congelarlo a voluntad.

Desde esta perspectiva, el mérito de Andrés Manuel en la política es tratar al tiempo como si se tratase del espacio. Retrocede o adelanta a voluntad.

Pomposamente ha llamado a su gestión la Cuarta Transformación. Usar el simple mote es caer en su trampa porque eso todavía no ha sucedido, ni su período ha terminado ni su administración forma parte de los libros de texto. En esto se adelanta. Se desliza en el tiempo y con él todos los que advertida o inadvertidamente emplean el término, concediéndole razón.

En ese sentido, cuando se le reclama por las promesas incumplidas o los pendientes acusa como en el béisbol: esto no se acaba hasta que se acaba. Hay que tener paciencia.

Y cuando uno le cuestiona sobre el presente, antepone a la memoria al pasado, ese oscuro lugar del cual no podemos escapar porque su eco sigue reverberando en la actualidad, sin responsabilidad de su parte. En el pretérito se encuentra el antiguo régimen, la corrupción, el sufrimiento del pueblo, el abuso de los poderosos, la vida antidemocrática.

En un gobierno en el cual hay un solo reflector, conviene recordar que Napoleón Bonaparte aconsejaba que, si quieres que algo salga bien e inmediatamente, hazlo tú personalmente, si quieres que demore, nombra un delegado y si quieres evitar su realización, nombra una comisión.

Ni se ha acabado con la corrupción del pasado, ni se ha construido la refinería de Dos Bocas ni ha ocurrido un año de gobierno. Es difícil moverse entre las diferentes líneas de tiempo que detenta, pues como candidato nos acostumbró a pensar que lo único que impedía el desarrollo del país era la voluntad política de los gobernantes y ahora, bien podríamos cerrar con una idea del mismo Bonaparte “¿qué es el gobierno? Nada, a menos que sea respaldado por la opinión”.

 

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