No enterremos a la escuela (pero tampoco a Mars)

Por: Alejandro Fitzmaurice

 

A mí, de entrada, lo que más me sorprende son las reacciones desmedidas del Facebook y cómo el sarcasmo, la hostilidad y la ira de muchos desvirtúan un debate necesario sobre la educación en el México del siglo XXI.

Me refiero, por supuesto, al caso de Mars, la chica que osó publicar en Facebook su decisión de abandonar la preparatoria ante un sistema educativo que ella califica — con otras palabras —  como caduco, retrógrada e incomprensible.

Como profesor en una universidad privada, por supuesto, no comparto todos sus puntos de vista ni mucho menos la generalización que lleva a cabo de todo el sistema educativo. Todos los estereotipos siempre son retratos pobres.

No lo escribo nomás por cuidar la chamba. Sucede que, al menos para mí, la preparatoria y la universidad implicaron retos que me forjaron como persona. Llámelo como guste, pero me considero un orgulloso hijo más de un sistema que me brindó conocimientos, habilidades e identidad, y en el cual, sin cursilerías, pude ser feliz.

No obstante, en tiempos de amores virtuales y cuando la falta de un celular es motivo de ansiedades, es ilógico pretender seguir educando con pizarrón verde, gis y silencio absoluto, como seguramente, se pretenderá en algún colegio con el siglo XIX tatuado en el corazón.

Por ello, como decía al inicio, no entiendo la hostilidad de los ataques, sobre todo cuando es evidente que también se puede aprender desde el YouTube y surge, como consecuencia, la posibilidad de elegir escenarios de enseñanza alternativos.

Pero no exageremos: esto tampoco es argumento suficiente para enterrar a la escuela como institución social responsable del qué hacer educativo. El surgimiento de la web 2.0  — generación de internet que permite la generación de contenidos con facilidad — no sustituye el papel formador de secundarias, preparatorias o universidades, las cuales, no obstante, deben escuchar los reclamos de una generación de estudiantes — como Mars —  a quienes no les satisfacen las fórmulas pedagógicas del pasado, aunque sin olvidar funciones elementales.

En ese sentido, no puede olvidarse, al hablar del bachillerato, que éste tiene por objetivo la definición vocacional, y por ende, la revisión de múltiples disciplinas que no serán evidentemente del gusto de los jóvenes en muchas ocasiones, pero que generan cultura general y certeza a futuro.

Lo dice el mismo burro que reprobó química dos veces, materia que me dejó dos grandes enseñanzas: dejar de hacer el ridículo pensando que la kriptonita sí pertenecía a la tabla periódica (hasta donde me quedé, existe el kriptón o criptón, más no el mineral matasupermanes) y que no siempre hay contenidos fáciles en los saberes de la vida. Lo escribe el también amante del periodismo y del guión, a quien, sin embargo, le sigue costando entender varios conceptos de Habermas o Eco.

En resumen, descalificar del todo a Mars me parece un exceso. ¿Es que somos perfectos? Es evidente que existen prácticas trasnochadas en el sistema educativo público y privado que debiera erradicarse. Por ello, estos reclamos deben escucharse con seriedad, entendiendo que el futuro está en las nuevas tecnologías y en las experiencias de vida fuera del salón de clase que las instituciones puedan generar, siempre y cuando, no se rebajen los contenidos teóricos y la generación de pensamiento crítico.

La queja de Mars pegó porque no somos infalibles. No lo somos. Más nos valiera redoblar esfuerzos y seguir trabajando.

La ignorancia, como en el maratón, está al acecho de por vida.

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