Mario Barghomz
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No nacemos amando ni siendo felices, en la vida hay que aprender a hacerlo. Pero sin duda, y de acuerdo a las últimas observaciones científicas, el amor comienza desde el momento en que nuestra madre tiene un gran deseo por nosotros, desde que anhela o sueña con nosotros. Ese deseo se convertirá en amor genético desde antes que ella se entere que está embarazada.
Si todo va bien, serán nueve meses de amor por nuestra llegada, nueve meses en los que ella aprenderá a querernos, depositando en nosotros ese amor por la vida. Y al nacer, seguiremos aprendiendo, construyendo lazos con ella y todos los que a ella también la quieren, nuestro padre, sobre todo. La familia será nuestro primer vínculo, la primera manera en que aprenderemos del cuidado, el mimo y el cariño de los otros. Y si todo va bien, seremos felices.
Porque no hay amor sin felicidad y sin felicidad no puede quererse. No se puede querer sufriendo, ni ser feliz lamentándose. El amor es gozo, satisfacción y placer. El amor que duele es una falacia (quizá inventada por los miserables), una forma de engañar al corazón mientras se sufre. Ningún amor hace daño, como la traición o el engaño, como el desencanto, la decepción o la mentira. Cuando esto sucede, es que no se quería.
Amar (siguiendo el ejemplo de nuestra madre) es una tarea personal, una razón para estar bien y felices. Es algo propio que bien heredado y bien aprendido (y aprehendido) nos permitirá encontrar un buen destino para enseñar a amar a otros, a nosotros mismos y lo que hacemos. Porque hacer las cosas amando lo que se hace, nos da una ventaja y un propósito; la virtud del eterno enamorado.
Amar al mundo y a la vida es algo simple si nos enseñaron bien a hacerlo, si aprendimos lo suficiente para luego predicarlo y compartirlo. No lo será si de antemano tuvimos una madre que nunca quiso tenernos, una madre fría y egoísta, ocupada siempre de todo menos de nosotros. O si tuvimos un padre siempre ausente, abastecedor, pero no amoroso, ajeno a cualquier abrazo o deseo por atendernos. No lo será si desde niños nos sentimos desgraciados, tristes o menospreciados, o ya de jóvenes nadie supo contenernos o estar ahí para nosotros.
La gente mala, resentida y solitaria es gente que no ama (ni a su sombra ni a los suyos) porque nunca la amaron. Nunca aprendió del placer de ser abrazado, acompañado y atendido. No amar es no estar presente y no ser necesitado, no comprender ni ser comprendido.
El que ama, si lo aprendió bien, sabrá cómo amar lo que su voluntad quiera. De otra manera, sufrirá por no saber hacerlo; ni amar ni ser amado. Y sin saber, se ama muchas veces con torpeza, indecisión y temor a ser herido. La mediocridad también nos empuja a la excitación y a la euforia, al erotismo sin inteligencia. El amor inteligente suele ser extraño.
Y amar será siempre un principio, el comienzo a veces de una gran historia, la historia humana y la de cada uno, la historia de nuestra propia madre y la de nosotros mismos. Un amor que comienza será siempre significativo, y quizá lo sea todo con los años. Y no hay nada más allá del amor. Por amor se creo el mundo y cada mito es testimonio de ello. Sin amor no habría humanidad. Lo humano deviene del amor divino; llámese padre, hijo o espíritu. Deviene de la primera cosmología; de Cielo (Urano) y Tierra (Gea) que por amor (Eros) se unieron para crear el Universo a partir del Caos (la Nada). Coda: Pero al que ama no le inquieta no ser amado. El que ama, ¡ama al amor!