Friedeberg echa una mano a Tina Modotti

La escultura Silla-mano que Pedro Friedeberg (Florencia, 1936) hizo hace más de 50 años como un chiste para una exposición con Mathias Goeritz, ocupa ahora el espacio urbano.

Convertida en un emblema de la estética surrealista del artista nacionalizado mexicano, la pieza de más de tres metros lucirá en la colonia Roma sobre la azotea de la que fuera casa de Tina Modotti y Edward Weston.

De color dorado, la escultura mide tres metros y medio y está hecha de fibra de vidrio. Como si mirara al cielo, la Silla-mano permanecerá ahí como un homenaje a la fotógrafa también de origen italiano que, igual que Friedeberg, llegó al país en la primera mitad del siglo XX huyendo de la Segunda Guerra Mundial.

“Es una mano para Tina, la gran artista”, ataja en entrevista el diseñador, escultor y pintor de líneas, colores y símbolos religiosos antiguos que con la repetición genera entornos ilusorios.

La silla, que se develará el próximo miércoles 17 de mayo, ocupará el edificio que data de la década de los 40 y está ubicado en avenida Veracruz, colonia Roma.

Es parte de un proyecto de arte público que Friedeberg lleva a cabo desde 2013. Se trata de una serie de seis piezas monumentales que ha desplegado en distintos lugares públicos e instituciones del país.

“No es un interés mío por el espacio de la calle, sino que buscamos dónde ponerlas, porque son muy grandes”, responde con ese sarcasmo que nunca lo abandona y que también era propio del grupo de surrealistas mexicanos del siglo XX al que pertenece junto con Gunther Gerzso, Goeritz, Alice Rahon, Kati Horna y Leonora Carrington.

Antecedentes

En 2013 colocó la primera silla gigante de color blanco en la azotea de su casa. Le siguió otra en del mismo color en Cuernavaca; en mayo de 2016 montó una en la Universidad Centro en la Ciudad de México, ésta en tono rojo. Habrá una más en Monterrey, y adelanta que la sexta se irá a la sede de la ONU en Nueva York. Todas miden más de tres metros, son de fibra de vidrio y pintura industrial.

“Todas han sido de diferentes colores, porque el color es un capricho. Las hacemos en los talleres con fibra de vidrio y se pintan con material que aguante la intemperie”, describe y asegura que son piezas para interactuar con el público. Si la gente las raya, dice, adquirían más belleza: “No me molestaría”, promete.

La primera escultura con esta figura, que en 50 años ha tenido cientos de réplicas, fue tallada en caoba de apenas 95 centímetros de altura. A partir de un modelo hecho con plastilina, Friedeberg pidió al carpintero José González, quien ya había trabajado con Goeritz, que la construyera, y era parte de una crítica al arte convencional de los 60 que se hacía en una exposición del grupo de Los Hartos, al que perteneció el diseñador.

Para mí no significa nada, la mano fue un chiste que hice para Goeritz en 1961 para una exposición; a la gente le gustó, pero no esperaba que fuera así. No sé por qué les gusta tanto, pero sí ha sido bien recibida”, afirma quien en 2012 recibió la Medalla de Oro de Bellas Artes, además de los premios de la Trienal de Grabado de Buenos Aires (1979), y el Especial de la XI Bienal de Artes Gráficos en Tokio (1984). Lo cierto es que esta silla marcó su obra entera.

Agencias

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