Mario Barghomz
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Me enteré el pasado lunes 14 de abril por la mañana, a través de las noticias de la red digital, que el escritor peruano Mario Vargas Llosa, distinguido en 2010 con el Premio Nobel de Literatura, y radicado últimamente es España, había muerto. Mario tenía 89 años.
Sin duda una larga vida la de Mario, pero sobre todo, brillante, prolífica y llena de contrastes. De esos contrastes que se notan y de los que mucho se habla. Pero Mario, siendo lo que era (divergente y atípico) estaba para eso y mucho más. En una ocasión (no recuerdo la fecha ni en este caso me importa) dio mucho de qué hablar cuando se rumoró que tuvo que salir intempestivamente de nuestro país, abandonando un coloquio de intelectuales reunidos por Octavio Paz, por algo que habría dicho incomodando tanto a tirios como a troyanos en el ambiente político. Cierto o no, lo que dijo y cómo, considero que nunca lo supimos realmente por aquello de cómo y bajo qué circunstancia y contexto lo manejaron en aquella ocasión los medios.
Pero debe quedarnos claro que Vargas Llosa no solo era un hombre de palabras (impresas y orales), sino de actitudes y posturas. Lo mismo que también sin duda lo hizo postularse a la presidencia de Perú en 1990.
Al que yo recordaré siempre es al maestro, al escritor, al intelectual y guía de mi propio destino. Leí a Vargas Llosa cuando tenía 18 años, y desde entonces fue uno de los principales autores latinoamericanos que trazaron mi propia ruta literaria. Luego yo también me convertiría en escritor inspirado por su personalidad y su obra. Junto a Octavio Paz; son los dos escritores que más representan el sentimiento, la cultura y la inteligencia latinoamericana. Vargas Llosa, como Paz, además de novelista era también un extraordinario ensayista.
Mi primer libro de él fue “La tía Julia y el escribidor”; sigue siendo hasta hoy mi obra favorita de toda su literatura. No es un libro intelectual, sino imaginativo y creativo, una historia autobiográfica que narra su propia realidad, la verdad de sus sentimientos expuestos por su tía Julia que había quedado viuda de su tío, hermano de su padre. Más que una novela social y política que es lo que define la importancia de su literatura y por lo que recibiera el Premio Nobel, ésta es la historia de un retrato íntimo de su juventud.
Sin duda una historia que también nos habría contado Shakespeare o Flaubert con todos los ingredientes de un drama al estilo de Madame Bovary, o una tragedia (aunque sin el rigor de la muerte) como se leería en Hamlet.
Me gustaba oírlo hablar, mirarlo a veces. Ejercía la misma fascinación intelectual que Octavio Paz. Quizá fueran dos almas gemelas porque yo admiraba tanto al uno como al otro. Cuando Paz creó la revista Vuelta, Vargas Llosa nunca dejó de estar en ella. Caso contrario era el de Gabriel García Márquez (también Premio Nobel en 1982), como si se encontrara en otro polo del planeta. Pero todos ellos pertenecieron a la mejor generación de escritores en toda la historia de nuestro continente.
Naturalmente recordaré a Mario con mi devoción y admiración por él; en todo su genio y figura. Nunca olvidaré a la tía Julia, su amor y libertad romántica por ella, su incidencia llana en mi propia voluntad y espíritu. Como sea; ¡te extrañaré maestro! ¡A ti, a tu presencia, a tus palabras; a tu manera siempre brava, genuina y genial!
¡Descansa!