Hablar por los demas

Mario Barghomz
mbarghomz2012@hotmail.com

Por qué el mexicano (nótese que cuando digo el, sin el acento, me refiero a todos), aquél que toma un micrófono (aquí ya distingo) y por lo regular se dedica a la política o es locutor de radio o televisión o en su caso merolico o bufón de algún programa o segmento de entretenimiento popular (hoy abundan en distintos medios); suelen referirse en sus comentarios , ejemplos o señalamientos a “todos” en lugar de a “uno”, a “nosotros” en lugar de a “ellos” o “aquellos”, “alguien” o “algunos” que sería más propio y prudente.

Asumir que un merolico, bufón, locutor o “analista” de lo que sea, es la voz de los demás cuando dice “nosotros los mexicanos” o en cualquier caso siempre generaliza en lugar de usar el singular; es tanto como estar de acuerdo (sin estarlo realmente) de todo lo que diga quien asume o se cree el filtro, la guía o la estadística comunitaria.

Hablar por los demás sin el permiso autorizado de los demás, no es más que el acto (o la actitud) de un maniático y pusilánime que generaliza donde debiera singularizar o al menos ser más prudente usando los términos “muchos” (no todos), “algunos” o “hay personas”…

Todo el que tome un micrófono o hable en general a los demás a través de una tribuna, plataforma, cabina, noticiero o programa de radio o televisión; debería entender que su boca y su juicio, si no se le ha dado permiso o autoridad moral (en cualquiera de las áreas donde la autoridad moral tenga ejercicio), no debe (ni puede) generalizar cuando se trata de las personas o situaciones humanas que ameritan distinguirse o personalizarse para hablar con más sentido, verdad y propiedad sobre ellas.

Sin embargo al parecer por  desvergüenza (léase también atrevimiento, imprudencia o temeridad), falta de tacto y delicadeza, criterio y una sensibilidad más fina y humanista;  éstos que hablan así han creado en sí mismos una especie de vacío mental e inconsciente sobre aquello que se ufanan en exhibir, proferir, impugnar, “desmentir”, publicar o simplemente hablar asumiendo que lo hacen también por los demás.

Sobre todo cuando se refieren a cuestiones sociales, políticas, morales y éticas que se asumen o se defienden más bien desde una postura de interés o diferencia personal que desde aquello que a ciencia cierta se sabe realmente.

Cuando alguien habla de “los demás” o por los demás, debía saber que “los demás”, ninguno, son como él. Ni piensan ni sienten como él. Lo que diga él (¡quien sea y lo que sea!), será lo que sólo “él dice” o le parece, lo que “él opina”, pero no los demás. Platón hace una gran diferencia entre aquello que sólo se dice (esto para los que “opinan” y se dicen  “líderes de opinión”) juzgando desde “la opinión” pero de lo que no se tiene una verdadera evidencia ni se sabe a ciencia cierta. Así nació la Epistemología que contraria a la simple opinión, se encarga del estudio del verdadero conocimiento.

De los más de 7 mil millones de seres humanos que ocupamos actualmente el planeta; “cada cabeza es un mundo”. Y como ello; cada cuerpo, cada organismo, cada sentimiento y deseo, y por supuesto: cada palabra que se piensa o se dice.

Cada ser humano, como ente o ciudadano, como persona o individuo; es una voz propia, un pensamiento individual y único. Y ello por naturaleza y libertad. ¿Por qué entonces permitir que un mentiroso o payaso, un renegado o inconforme de la plataforma que sea, la filiación, el gremio, el grupo o la tendencia que presuma o a la que pertenezca, asuma y se tome la libertad de “hablar por todos”.

En nuestra condición misma de seres humanos compartiendo un tiempo y un espacio, quizá una creencia y un propósito mutuo, seguimos siendo seres individuales y únicos, con un juicio, un criterio y un corazón propio. ¿Por qué permitir entonces que esos habladores se tomen la libertad y la atribución de hablar por nosotros? Sobre todo si detrás de ello existen intereses turbios o propósitos mezquinos de manipulación.

En mi caso nadie, “ninguno” puede hablar por mí para decir lo que yo mismo puedo decir. Así como yo, cuando hablo o escribo; no asumo hablar por todos ni por “los demás”, y ni siquiera “por algunos”, sino sólo por mí mismo asumiendo mi responsabilidad ética.