Historia de la vejez

Mario Barghomz

mbarghomz2012@hotmail.com

Como tal la vejez no tiene una historia, aunque ella misma representa la vida (corta o larga) de cada hombre en el planeta. Aunque la vida entre unos y otros siempre será relativa, dependiendo del contexto y la época en que se viva o se haya vivido.

En otros tiempos llegar a viejo era francamente una suerte o una hazaña. La mayoría no llegaba más allá de los treinta años. Los factores eran muchos, sobre todo el alimento, la higiene y la carencia de asistencia médica para aliviar enfermedades que hoy ya ni conocemos.

Las hambrunas, las epidemias, la esclavitud y las guerras impidieron siempre que el hombre de otros tiempos llegara en su mayoría a ser más longevo. El mismo mito griego veía la vejez como un castigo, un mal o un daño a la vida. 

Enfermedad, dolor, ira, vicio, hambre, envidia, guerra, celos, muerte y el vasto imaginario repulsivo a toda buena vida y bienestar; fueron los males con los que Zeus castigó a la humanidad, colocándolos en la famosa caja con la que Pandora (hermosa y terrible mujer creada por Vulcano) descendió desde el mundo celeste a la Tierra. Y ahí también, junto a todos aquellos males que el mundo experimentaría para su desgracia, estaba la vejez.

Y fue desde entonces, desde el vientre mismo de un mito atemporal, que la vejez más que gozarse se lamenta. Hablamos de la enfermedad, la debilidad del cuerpo y la incapacidad cognitiva. Hoy mismo no es distinto; relacionamos a la vejez con las peores enfermedades, la decadencia física, la demencia senil y la cercanía con la muerte.

El mito cristiano nos habla también de la vejez. Y aunque esta solo con el tiempo aparece como una gracia ya no dispensada; ninguna vejez -le dijo Dios a Noé después del Diluvio- será más de 120 años. Antes; Matusalén vivió 969 años, Adán 930, Noé 950, Abraham 175, y Moisés, realmente el último de los grandes jerarcas judíos, vivió 120 años. 

Y aunque estas edades no hayan sido contadas con el parámetro de nuestro calendario gregoriano, el mito y la historia se sincretizan. Pero quizá sea la ausencia de juventud lo que más se lamenta de una vejez temprana o poco digna. Como si la juventud fuera el elixir o la nostalgia más cómoda para todo aquel viejo desencantado. Sin embargo, su historia, la mítica y la no tanto, parece estar cambiando, dándole a los nuevos hombres la oportunidad de reconsiderarla, de disfrutar de su presencia y aprovechar sus particulares dones para sumarla y no restarla (despreciándola) a todas y cada una de las etapas de nuestro desarrollo humano.

Y si bien la vejez es la última parte en la historia de nuestra vida (aunque no la de todos); de nosotros mismos depende que ésta no sea indeseable, sino plena. Para empezar, hay que entender que ser viejo es más una gracia (la de seguir vivos) que una desgracia. Es, junto a todo, un tiempo espiritual y de reflexión, de entusiasmo y gozo por lo aprendido, y la oportunidad de encontrarnos con la plenitud de los años.