Esta semana, mientras el mundo enfrenta otro año de récords climáticos, Brasil se convirtió en el epicentro de la conversación global más importante sobre nuestro futuro. En Belém, ciudad amazónica donde el 80 por ciento de la población carece de saneamiento básico, se celebra la COP30, la Conferencia de las Partes sobre cambio climático que reúne a representantes de todo el mundo. Pero lo que ocurre allí no es solo una reunión diplomática, es un espejo de las contradicciones y urgencias que definen nuestra era.
Las COP son esos espacios donde se toman las decisiones que determinarán el futuro del planeta. Desde 1995, estos encuentros anuales han buscado coordinar la respuesta global a la crisis climática, rotando entre regiones para asegurar representatividad. Pero la elección de Brasil como sede es significativa, ocurre en la puerta de la Amazonía, ese pulmón planetario que prometemos proteger pero que sigue perdiendo árboles a un ritmo alarmante.
Apenas en el segundo día de la COP30 ya se revelaron las tensiones que atraviesan estas cumbres. Pueblos originarios irrumpieron en el recinto de conferencias, enfrentándose a guardias de seguridad en un intento desesperado por hacer oír sus voces. La paradoja es evidente: se discute el futuro de la Amazonía mientras quienes la habitan y protegen deben forcejear para entrar a la conversación.
Las preparaciones para esta cumbre revelaron otras contradicciones. Belém, que hoy recibe a 50 mil visitantes por este evento, enfrentó una crisis de vivienda y precios disparados, mientras Brasil abría una autovía en zona protegida para facilitar el acceso de delegados. Son las ironías de un sistema que busca salvar el planeta mientras reproduce los patrones que lo amenazan.
En abril pasado, durante el Global Youth Summit en Belo Horizonte, tuve la oportunidad de conversar con jóvenes líderes brasileños sobre lo que significaba para su país albergar esta COP. Caio veía una “oportunidad para que los jóvenes del sur global sumen a la transición energética”, mientras Henrique destacaba la importancia de que “los países que menos financiamiento tienen y más afectaciones sufren” sean anfitriones. Vinicius, más crítico, señalaba la desconexión entre “las políticas nacionales brasileñas y la imagen que presentan internacionalmente”, exigiendo coherencia en la protección de los bosques. Rayane, por su parte, enfatizaba la necesidad de que “las juventudes indígenas sean consultadas y participen” en la construcción de ese futuro sostenible.
Sus palabras resuenan con más fuerza, pues el verdadero reto de esta COP no reside en los discursos formales, sino en nuestra capacidad de incluir a quienes históricamente han sido excluidos en estas discusiones. La crisis climática exige ir más allá de soluciones técnicas y reconocer el valor del conocimiento ancestral de quienes han cuidado estos territorios por milenios. “El futuro sostenible será indígena, será juvenil, será local, o no será”.
SOFÍA MORÁN
Líder juvenil, activista climática, Vicepresidenta en Va por la Tierra y miembro del G100 México. Apasionada por la sustentabilidad sustantiva y colectiva.




