La belleza detrás del genio

Por Mario Barghomz

¿Por cuántas cosas debe pasar una mujer o cuánto le debe faltar en la vida para sentirse defraudada y triste?

Tanto la tristeza como el sufrimiento son parte de nuestra condición humana, nadie está exento de ello. Pero cuando no hay más que tristeza en nuestra vida, algo pasa con nosotros, con el mundo, con nuestro entendimiento del mundo, con el corazón que tenemos.

“Querida Bronya: he sido estúpida, soy estúpida y lo seguiré siendo el resto de mi vida… Nunca he sido, no soy ni seré afortunada”. Así le escribía Marie Curie a su hermana en 1891, antes de su salida a París desde Polonia.
Hablamos de una mujer que había sido despreciada por la familia del hombre al que amaba: Casimir Zorawsky, que al manifestar su deseo de casarse con Manya (su nombre polaco) que servía de institutriz en su casa, sus padres se negaron rotundamente a aprobarlo, amenazándolo además con desheredarlo.

“Ahora he perdido la esperanza de llegar a ser alguien…” Escribió profundamente abatida la que luego llegaría a ganar dos veces el Premio Nobel de Ciencias.
¿Qué tiene la vida que trata a veces así a los seres humanos? Cuánto misterio hay en ella (en la vida) del que nada sabemos hasta que sucede. Y todo sucede por destino –dice el viejo Marco Aurelio-. Un destino que, sin embargo, está en nuestras manos.

Con el tiempo Marie Curie encontraría a otro hombre, éste sí; el amor de su vida. A Pierre Curie, de quien mantendría el apellido hasta su muerte, y con quien en 1903 ganaría el Premio Nobel de Física. Pierre sin duda la amaba y ella lo veneraba como puede leerse en su Diario de 1906 y que aparece al final del texto biográfico de la escritora española Rosa Montero: La ridícula idea de no volver a verte; Editorial Seix Barral. México, 2018.
El texto de Montero tiene un doble perfil biográfico sumado a lo testimonial, arriesgándose a relatar parte de su propia vida con Pablo, amor que también se llevó la muerte. La crónica además nos habla de la Marie no sólo enamorada, desafortunada y triste, sino de la Madame científica; primera mujer en ganar dos veces el Premio Nobel (uno en Física y otro en Química), de la primera que obtuvo un Doctorado en Ciencias, y la primera también que ocupó (como mujer) una cátedra en la Sorbona.

¡Gran mujer y gran científica! que además tuvo una participación muy activa en la Primera Guerra Mundial. El libro de Montero rescata sin duda lo más femenino de Marie, su aspecto más romántico pero también lo más patético, lo más ingrato, lo terriblemente más doloroso y bárbaro a que una mujer puede enfrentarse.

A los once años había perdido a su madre y años antes a su hermana mayor. Pérdidas humanas y sentimentales que se sumarían con el tiempo a su pobreza y carencia de recursos materiales en su laboratorio de investigación científica. “A menudo oculto riéndome mi absoluta falta de alegría” –habría dicho-.

Pero había algo en aquella mujer que le impedía rendirse; ¡estoicismo y resiliencia, seguramente! No era físicamente atractiva, como dice Montero, mostrando algunas fotos de ella. Y tan “fría como un pez”, habría dicho también Einstein al conocerla.

Lo cierto es que Marie, de acuerdo a lo narrado por Montero en su libro, se debatía entre la dicha y la pena, entre el esfuerzo y la satisfacción, entre la tragedia y la fortuna. El mismo día de la entrega de su segundo Premio Nobel de Química (1911), ya sin Pierre, muerto hacía cuatro años; Madame Curie sufría el acoso de la prensa pública y el juicio hostil de una sociedad mezquina que se empeñó en sacrificarla por su relación extramarital con el científico Paul Languevin, de quien se había enamorado a pesar de estar casado.

Pero su mayor felicidad y su peor dolor fue Pierre, que amó en ella su brillantez, su inteligencia científica, su virtud y talento, su extraordinaria belleza detrás de su genio femenino.

Ya muerto Pierre, estúpidamente atropellado por un carruaje de la época, pero sin duda también ya muy débil y enfermo (anota Montero) por los efectos de la radiación. Marie escribió en su Diario: “Pierre mío, la vida es atroz sin ti, es una angustia sin nombre, un desamparo sin fondo, una desolación sin límites… ¿Dónde encontraré yo un alma si la mía se ha ido contigo?

 

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