Mario Barghomz
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Cada pueblo de la tierra a través de la historia, desde los antiguos egipcios hasta nuestros días; han desarrollado en su folclor social toda una cultura de la muerte. A veces antropomorfa como la griega o la nuestra donde se diviniza lo humano, zoomorfa como la egipcia o la hindú donde la iconografía es particularmente animal, o simplemente mística o mítica como la tibetana o judía donde la preponderancia es solo abstracta y espiritual.
Todos los pueblos y las religiones del mundo la han tenido presente siempre, y esta en su desarrollo y devenir ha sido la parte más ancestral de su cultura. Los ritos funerarios y las creencias se suman a la idiosincrasia misma de su identidad.
La muerte nos ha acompañado siempre porque la vida no podría ser sin ella. “La vida viene de la muerte” –dice Platón. Y es Platón mismo en el libro de la “República” (Libro X) donde hace referencia al “Mito de Er” que ha regresado de la muerte (12 días después) para contarnos cómo es la eternidad. De qué se trata el “más allá” cuando uno muere y cómo es que se juzga el alma del muerto de acuerdo a la vida que ha llevado.
Platón fue el primero, como filósofo, quien planteó esta idea en Occidente, cuya raíz a su vez proviene de los “Mitos Órficos”, una serie de relatos que hacen referencia a la necesidad de purificar el alma (tanto de vivos como de muertos) y que también se derivan del “Mito de Orfeo” que cuenta cómo Orfeo ha bajado al Hades para suplicarle al dios Hades (dios de los muertos) que le devuelva el alma de su esposa muerta.
Esta primera idea, 400 años antes de Jesucristo, es la que nutrirá luego tanto el pensamiento como los rituales cristianos; la idea de justicia en el cielo, el privilegio eterno de las almas buenas (purificadas) y el castigo para aquellas que no fueron buenas en su vida terrena. El perdón por supuesto como la clave cristiana de la redención, y la idea de un Dios supremo con el que finalmente regresarán todas las almas a su estado espiritual y eterno.
Es precisamente esta idea la que prevalece hasta hoy en Occidente reforzada por los conceptos bíblicos del Nuevo Testamento, sobre todo el último evangelio escrito a finales del primer siglo de nuestra era; el libro de Juan que narra en el “Apocalipsis” cómo será la resurrección de los muertos y el fin de los tiempos.
Pero ya antes Cristo había llamado a la muerte a retirarse de un cuerpo muerto; son el caso de Lázaro de Betania (Juan 11) y el hijo de la viuda de Naín (Lucas 7-11/17) que volvieron de la muerte por obra y milagro de la compasión de Jesús, como antes lo había hecho Er según el relato de Platón.
Cristo mismo permite que su espíritu vuelva después de muerto. La idea es ya perenne dentro de la narrativa bíblica. Pero esta idea de la muerte se asigna siempre dentro de la fe, dentro del folclor social y la tradición de las creencias. De otra manera no habría muertos que revivan ni que traigan a sus almas otra vez a pasear por este mundo. Marta, la hermana de Lázaro, le dice a Jesús; “si hubieras estado aquí mi hermano no habría muerto” (Juan 11/21). “Tu hermano resucitará… yo soy la resurrección y la vida… ¿Lo crees Marta? –le dice Jesús (Juan11- 23/26).
El ritual tibetano ante un acaecimiento de muerte dura 49 días en los cuales se le ofrecen bebidas y alimentos al espíritu del muerto para su viaje. Es decir que son 49 días en los que el alma del difunto aún no se habrá ido.
En su trasplante la cultura mexicana ha adoptado el ritual católico, proveniente de los antiguos Mitos Órficos donde se rezaba por el alma de un muerto para purificarla. La idea es también que cada año (y esto ya es folclor y tradición) el muerto venga a convivir con los vivos.
Mito y rito se funden en su propio sincretismo para crear una identidad y una idiosincrasia característica y típica; ¡la mexicana!