La depresión, tedio de la vida

Por: Roberto A. Dorantes Sáenz

 

La depresión se presenta como un padecimiento del alma, que atenaza a quien lo sufre. Sus motivos son diversos factores, la depresión orilla a la persona a quitarse la vida. El suicidio es un problema complejo, en el que intervienen factores psicológicos, sociales, biológicos, culturales y ambientales.

Que contradictorio el máximo enigma de la vida humana es la muerte. El hombre sufre con el dolor y con la disolución progresiva del cuerpo. Pero su máximo tormento es el temor por la desaparición perpetua.

Juzga con instinto certero cuando se resiste a aceptar la perspectiva de la ruina total y del adiós definitivo. La semilla de eternidad que en sí lleva, por si irreducible a la sola materia, se levanta contra la muerte. Todos los esfuerzos de la técnica moderna, por muy útiles que sea, no pueden calmar esta ansiedad del hombre: la prórroga de la longevidad que hoy proporciona la biología no puede satisfacer ese deseo del más allá que surge ineluctablemente del corazón humano.

La sociedad vive un fenómeno llamado suicidio. La Organización mundial de la salud calcula que cada año se cometen 900,000 suicidios. Esto significa una muerte cada 40 segundos.

El suicidio se encuentra entre las tres primeras causas mundiales de muerte en personas de 15 a 44 años.

Cada vez son más los que, en algún momento de su vida, han sucumbido ante lo que experimentan como la insoportable pesantez y gravedad de la existencia. La vida aparece cargada de tedio, de aburrimiento, de hastío. La víctima de la depresión desearía, tal vez, arrinconarse en una esquina y dejarse morir.

La subjetividad, cautiva por esta dolencia, expande su pesimismo sobre todo, especialmente sobre el futuro, sobre el mañana, más temido que esperado.

Las consecuencias que puede acarrear para el enfermo pueden ser varias: baja laboral, problemas familiares y, en el límite más dramático, incluso el suicidio.

Además de las diversas causas que pueden originar esta alteración del humor y de la afectividad, no se debe minusvalorar el peso, la posible influencia, de factores ambientales presentes en la cultura que nos envuelve.

Una cultura demasiado liviana, demasiado vacía de valores, demasiado huérfana de referencias que, lejos de aligerar la vida del hombre, tantas veces la sobrecarga de temor y de tensión. En esta sociedad de la comunicación y de la abundancia, de la competitividad y la lucha, el ser humano amanece solo y confundido, como después de una noche de resaca, tal vez acompañado únicamente por su pobreza, saturado de desengaño y frustraciones, sumergido en la inutilidad de la nada.

Juan Pablo II decía que “es importante ser conscientes de las repercusiones que tienen los mensajes transmitidos por los medios de comunicación sobre las personas, al exaltar el consumismo, la satisfacción inmediata de los deseos, la carrera a un bienestar material cada vez mayor.

Es necesario proponer nuevas vías, para que cada uno pueda construir la propia personalidad, cultivando la vida espiritual, fundamento de una existencia madura”.

¿Cómo ayudar a vencer la depresión? Es preciso conocer y aceptar la enfermedad, dejándose ayudar para salir de ella. El apoyo de la familia o de los amigos, hay que procurarlo. Junto a la insustituible labor de los médicos, no debe faltar la cercanía personal. La comprensión, la compañía, la escucha; en definitiva, el saberse amado, vale más que todos los tratamientos, aun cuando estos sean necesarios: Juan Pablo II decía: “es importante tender la mano a los enfermos, hacerles percibir la ternura de Dios, integrarlos en una comunidad de fe y de vida en la que se sientan acogidos, comprendidos, sostenidos, dignos, en una palabra, de amar y ser amados”.

 

 

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