La esencia del golf

Casey Martin, un golfista en Estados Unidos, demandó a la Asociación Profesional de Golfistas (PGA) en un caso que llegó hasta la Suprema Corte de Justicia. Tenía mucho talento, pero una enfermedad le impedía caminar los 18 hoyos del campo. Lo que pedía era que le permitieran usar un carrito de golf para moverse de hoyo en hoyo y participar en los torneos. La PGA le negó la petición por considerarla “una ventaja injusta”. Martin acudió entonces a la corte, apelando a la ley que protege a los discapacitados contra discriminación arbitraria y que determina que el discapacitado debe ser acomodado en (o adaptado a) toda actividad, siempre y cuando el hacerlo no cambie la naturaleza esencial de la actividad en cuestión. Pero el desacuerdo no se solucionaba solo con la ley en la mano, porque el desacuerdo estaba en si caminar los 18 hoyos es o no una parte esencial del golf. Para Casey, la esencia del golf consistía en meter una pelotita a 18 hoyos en la menor cantidad de golpes posibles, mientras que para sus opositores la fatiga de caminar por el campo era una parte fundamental del juego. Todo el juicio consistió en debatir cuál era la esencia del golf; lo que lo hacía valioso y hacía a los ganadores del juego merecedores de premios y honor.

No sé nada de golf y no me interesa, pero el caso de Casey Martin ilustra un aspecto de los debates democráticos que se nos olvida a muchos que perseguimos una sociedad más justa: que debajo, tanto de nuestros argumentos como de los de nuestros opositores, hay respuestas específicas a preguntas sobre qué es lo justo y lo valioso. Con Martin, la postura de que lo valioso en un golfista es que le sepa pegarle bien a la pelota, competía con la postura de que caminar de hoyo en hoyo es igual de importante. Para sanjar la discusión no bastó con hablar de derechos: señalar que los discapacitados tienen derecho a las mismas oportunidades. Porque para sus oponentes ese derecho competía con el derecho de los demás golfistas a una competencia completa, o con el derecho de los fans a un juego completo y “valioso”. Para el defensor de Casey, más que repetir mil veces la ley, la estrategia exitosa fue dar razones acerca de por qué caminar los hoyos no es lo valioso del golf.
Muchos vemos con horror cómo en muchos lugares pierde terreno el movimiento a favor de los derechos humanos. No equiparo el caso de Casey Martin a todas luchas sociales, pero creo que podemos aprender de este ejemplo para cambiar de estrategia y entender la importancia de discutir cuestiones políticas desde sus fricciones morales. Un ejemplo relevante hoy en Yucatán es la discusión sobre el matrimonio igualitario. Nuestros tres principales candidatos a gobernador acudieron a un foro organizado por el Frente Nacional por la Familia, una organización que busca impedir que se extienda la institución del matrimonio y el derecho a la adopción a parejas homosexuales. Ahí, los tres candidatos se posicionaron del lado de esta organización, en contra del matrimonio igualitario.

Para los que creemos que este posicionamiento es injusto y vergonzoso, es tentador responder solo señalando los comunicados de la ONU y de la Suprema Corte de Justicia de la Nación que determinan que el matrimonio igualitario es un derecho. Este es un argumento válido y pertinente. Pero si queremos un verdadero cambio en cómo se piensa en Yucatán acerca de lo que es justo para la comunidad LGBT, tenemos que regresar, tantas veces como sea necesario, al núcleo de la discusión: ¿Cuál es la esencia del matrimonio? ¿Qué el lo que lo hace valioso? El Frente Nacional por la Familia sostiene que su esencia está en que asegura la procreación entre el hombre y la mujer. Otra función primaria, sostienen, es enseñar los roles de género.*

En cambio, los que sostenemos que los homosexuales tienen tanto derecho como cualquiera a casarse, creemos que el valor de la familia, la esencia que la hace una institución importante, está en que es un núcleo de apoyo, amor y crecimiento acompañado. Y creemos que el sexo, género u orientación sexual de los que conforman una red familiar no determinan su capacidad de amar y sostener.

Me avergüenzo de unos candidatos que creen que la familia es valiosa solo porque facilita la reproducción y alimenta estereotipos de género. Tengo la esperanza de que sus posturas no reflejen las de todos los yucatecos, sino solo las de una burbuja que no ha visto el dolor de los que son arbitrariamente considerados por muchos como menos valiosos y menos merecedores de confianza y responsabilidad. Pero sí es el caso que muchos yucatecos comparten una postura que me parece tan injustificada. Espero que un debate democrático en el que cada lado aclarare qué es lo que defiende contribuya a que avancemos hacia una sociedad más justa. El reto en una democracia es también convencer a los que lastiman con sus ideas; no solo cambiar la ley.

*Si no entiendo su postura, que me contacten y expliquen.

Por María de la Lama Laviada*
mdelalama@serloyola.edu.mx

* Yucateca. Estudiante de Filosofía en la Universidad Panamericana.

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