Salvador Castell-González
La democratización del conocimiento se ha convertido en un tema urgente para asegurar un futuro sustentable, sobre todo en un contexto donde la desinformación ha sido declarada por el Foro Económico Mundial como una de las mayores amenazas globales. En un mundo interconectado y saturado de información, la capacidad de acceder a conocimientos confiables, verificados y aplicables se vuelve vital para enfrentar los desafíos medioambientales que amenazan nuestra supervivencia colectiva.
Sin embargo, no basta con hacer que la información sea accesible. Es necesario fomentar un entorno donde el conocimiento se comparte de manera inclusiva, reconociendo saberes diversos como los provenientes de comunidades indígenas y locales. Estos aportes son fundamentales para abordar problemáticas globales como el cambio climático y la pérdida de biodiversidad, ya que sus enfoques sobre la convivencia sostenible con la naturaleza ofrecen valiosas lecciones que a menudo han sido ignoradas por las ciencias tradicionales.
Un estudio reciente destacó que los sistemas alimentarios, por ejemplo, pueden beneficiarse enormemente cuando la ciencia incorpora saberes tradicionales y conocimientos locales, integrando a los actores sobre el terreno en los procesos de toma de decisiones. Esta co-creación de conocimiento es esencial para una transformación equitativa y sostenible, y al mismo tiempo fomenta una mayor justicia epistémica, es decir, que todos los tipos de conocimientos, científicos o no, sean valorados y respetados en pie de igualdad.
De la misma manera, otro de los pilares de este esfuerzo debe ser la formación de nuevos profesionistas con una ética impecable y un compromiso profundo con el bienestar común. La crisis climática, la creciente desigualdad y los retos ambientales no pueden ser abordados solo con innovación tecnológica; se requiere una renovación en la forma en que formamos a los líderes del mañana. No necesitamos solo ingenieros y científicos, sino profesionales que comprendan el peso de las decisiones que toman, que actúen con principios sólidos de equidad, justicia social y responsabilidad hacia las generaciones futuras.
El planeta no puede seguir soportando sistemas educativos que priorizan la eficiencia sobre la moralidad, o el beneficio económico sobre la sostenibilidad a largo plazo. El llamado de la comunidad internacional es claro: el mundo necesita individuos con una formación ética que los guíe en la toma de decisiones que afecten no solo a su entorno inmediato, sino al ecosistema global del que todos dependemos.
Democratizar el conocimiento no es solo una cuestión de acceso, es una cuestión de supervivencia. Y esa supervivencia depende tanto del saber como del compromiso ético de quienes liderarán la transición hacia un mundo más justo y sostenible.