Liderazgo autoritario y subordinados dóciles

CARLOS HORNELAS

Cada época tiene sus referentes emblemáticos que forman parte del imaginario social. Vivimos una época en la cual los dueños de las exitosas empresas de información se han convertido en una especie de gurús de vida a los que se busca emular en todo tipo de conductas, como si esto fuera a replicar su éxito.

Por ejemplo, abundan las publicaciones en las que se hace eco de los consejos que los magnates dan para ser tan exitosos como ellos, así como los tips para organizar el trabajo diario, las rutinas de ejercicios que los mantienen en forma, la alimentación que siguen, los hábitos esenciales que ha adquirido… y una larga lista de aspectos que, se dice, que siguen a pie juntillas para poder mantenerse en la cúspide.

Independientemente de que estas cuestiones solamente sirvan para entretener a unos cuantos curiosos y que demuestran que la vida privada de estos billonarios es cada vez más pública, está el grupo de seguidores que en una suerte de culto a la personalidad busca adoptar cada una de estas revelaciones como si se tratara de las tablas de la ley.

Hay quienes los consideran líderes a los que hay que imitar. De hecho es muy lamentable escuchar a académicos colegas que desdeñan la ciencia y ponen de ejemplo algunas de estas situaciones, por muy extravagantes que sean.

Es curioso ver que se destaca exclusivamente el lado de la personalidad que abona al mito del líder empresario que se ha esculpido a sí mismo, con la poca o nula colaboración de su círculo, movido en un ambiente de incomprensión inicial respecto a su objetivo y que ha sorteado todo tipo de dificultades.

Me llama la atención en ese sentido dos personajes en particular: Steve Jobs y Elon Musk. Los dos célebres por su tenacidad y su brío al enfrentar los obstáculos a su paso, pero también las personas sobre las cuales han pasado.

Mientras que la exigencia e irritabilidad de Jobs es legendaria, Musk asombra con declaraciones que sus correligionarios interpretan como disciplina y aplomo cuando en realidad son verdaderos discursos retóricos que soslayan la explotación. Por ejemplo, cuando se manifiesta, seriamente, de que la semana laboral debería ser de 120 horas, en lugar de 40. Y a eso hay que añadir las exigencias que ha tenido con su personal, como exigir a Esther Crawford en la otrora compañía de Twitter que, a fin de cumplir con los objetivos, ella, como algunos empleados, durmieran en las oficinas de la empresa.

Esta situación me parece que no es de admirarse ni tampoco de aplaudirse. Nada justifica pasar por encima de los derechos laborales de los empleados, de hacerlos claudicar de sus propios derechos humanos con tal de cumplir las expectativas del mal llamado líder.

Asimismo, recordemos que quienes en su empresa han disentido de su modo de ver las cosas, han sido despedidos, en X (otrora Twitter), Space X o Tesla.

En el caso de Jobs se habla mucho acerca de su técnica para el reclutamiento de personal que, según su biógrafo Walter Isaacson, consistía en salir con los candidatos de las instalaciones de la empresa e invitarles una cerveza, a pesar de que él era abstemio, para evaluar su honestidad, grado de soltura y espontaneidad. A decir de su biógrafo se preguntaba “¿me tomaría una cerveza con esta persona?” y si la respuesta era afirmativa tras el encuentro, le contrataba.

Como se ve, en ambos casos hay una especie de dificultad para encontrar la barrera entre lo estrictamente laboral y lo personal. Parece que ambos líderes se preguntan cómo pueden ser útiles las personas como activos fijos de un proceso despersonalizado centrado en la productividad y eficiencia, no en la calidad humana. Esto es un liderazgo tecno autoritario que para las nuevas generaciones y los adoptadores de “prácticas disruptivas” ven como algo normal. Cuando veo esto recuerdo a un profesor de la universidad que nos decía “no vinimos a este mundo a producir sno a ser felices”.