Armando Escalante
Periodista y analista político
Convencer al electorado y a los medios de que se cometía un fraude en las votaciones, era algo muy difícil para la oposición. Así pasaba en los 70 y los 80.
Elección tras elección el partido hegemónico se las robaba. Aplicaba múltiples técnicas algunas incluso burdas que dejaron de darse pero que han vuelto sin mayor problema.
En aquella época, las pruebas que solicitan siempre de que se cometió algún robo en las urnas no se podían obtener pero todos sabíamos que lo había.
Se adaptó la ley electoral y pasaron 30 años para perfeccionarla, elección tras elección. Hasta que llegó lo del domingo 2, cuando ocurrió el mayor robo de votos que hayamos visto en la historia de México pasado y desde luego el presente.
La semana pasada nos fuimos a dormir con los resultados parciales y dos candidatos declarándose ganadores. Solo que uno casi se niega a celebrar su triunfo. Porque por muy tonto que parezca no estaba enterado del tamaño del robo electoral que se había logrado a su favor. Hubo que convencerlo de que festeje, que suba a un escenario y que se declare ganador.
Será materia de siguientes artículos irle explicando a las personas de buena fe, cómo se hizo este hurto en nuestras narices, pero sobretodo, a vista y paciencia de los afectados, que hasta una semana después no han podido terminar de explicarse por qué razón no tenían actas para avalar sus triunfos, pese a que las sábanas en las calles así lo confirmaban. Les robaron a la antigüita pero les robaron.
En esta columna dimos por ganador a quien sin duda ganó. Así lo sostenemos. Demostrar a detalle cómo se pulverizó la comisión del robo de boletas mediante representantes de partido y autoridades electorales de cierto número de casillas, será motivo de análisis posterior. Desde luego poco nos importa que una mayoría poco enterada, lo crea o no. Máxime cuando ya se ha declarado legalmente a un ganador. Y cómo no hacerlo, si el tamaño del engaño incluye hasta eso.
En todo el país, a lo largo y ancho, la operación consistió de varias facetas; desde la intencionada captura errónea de las actas hasta la no firma de los representantes de partido que extrañamente se fueron a dormir temprano, sin esperar a estampar su firma en el acta y menos esperar su copia.
Detener el conteo cuando había cierto tipo de resultado, romper la cadena de custodia de las ánforas, y salir a las calles a recoger sábanas, para que nadie tuviera alguna prueba de los totales, fue algo común en todo el país.
Además en todos lados se creció la captura —que no los votos físicos—, y elevó la cosecha de sufragios falsos. Al menos en el PREP los números rebozaban de felicidad aunque no existieran los papeles para demostrarlo. Muy pulverizado el fraude, voto por voto y casilla por casilla. Oculto casi tanto que aunque lo estemos viendo no terminamos de verlo.
Dijimos al principio que hace 30 o 40 años se hacía difícil que los medios aceptaran que se cometió un fraude por lo que tuvo que remontar hasta el escepticismo de la sociedad. Volvimos a eso solo que ahora fueron más evidentes en su actuar los llamados mapaches electorales.
Se viene para el futuro de México un panorama sombrío. Los que ganaron, en buena medida, se han ido decantando de varios partidos hasta reunir en uno solo a los peores personajes que ha dado la historia de México. Se han colado en el partido del presidente todos aquellos y aquellas personas que no tuvieron cabida en sus partidos y terminaron sumándose en otro, conscientes que ahí tendrán un hueco en en el basurero de la historia de lo que viene para la Nación. No se salvan del juicio de ganadores pero también de defraudadores.
El primer gran conflicto que se le viene encima a México es que los graves problemas que padecen los mexicanos en realidad no lo son o no parecen serlo.
La inseguridad que impera en el país no fue motivo para que al menos cinco gobernadores perdieran su elección.
Quedó claro que no se castigó el mal sistema de salud que todos sufren.
La carencia total de medicinas y de atención médica no fue motivo de reclamo de parte del pueblo bueno y sabio.
Tampoco se cobró en las urnas el desempleo, ni la falta de guarderías o estancias infantiles. Menos hubo factura que pasarle al presidente por la desaparición de 90 mil personas ni por los 850 mil fallecidos por el mal manejo del covid.
En lo local, apenas terminemos de reconocer el tamaño del fraude —conformado por la suma de al menos una docena de acciones—, nos adentraremos a un estilo de gobierno populista que echará por la borda incluso hasta la buena marcha de la ciudad.
A nadie le extrañe que se dé marcha atrás en un sin fin de proyectos, programas y planes y que sus impulsores se vayan a otra parte sin chistar. Vienen cambios de los que no habrá manera de sobreponerse. Una parte mínima de electores ayudó a dar ese gran saldo al vacío y nos llevó a todos entre ”sus patas”.