Salvador Castell-González
Sé que el título de esta columna parece una exageración alarmista, pero la realidad es que es la cruda realidad. La investigación científica nos confirma algo que ya sabíamos, tenemos microplásticos hasta en el agua.
Nuestra agua, esencial para la vida, en cada sorbo, se cuelan millones de estas partículas diminutas que invaden nuestros cuerpos sin que apenas nos percatemos. Suena algo alarmista, pero este diminuto contaminante que está invadiendo todos los ecosistemas, mientras la ciencia destapa con creciente alarma su presencia y sus potenciales peligros, la regulación permanece en un letargo incomprensible, casi cómplice.
No les estoy hablando de una mala serie apocalíptica, no tiene nada que ver con zombis, pero si hablamos de que todo nuestro progreso y desarrollo está íntimamente ligado a la disponibilidad de agua en calidad y cantidad. Estudios científicos, cada vez más numerosos y concluyentes, han detectado estos intrusos en nuestra sangre, pulmones, e incluso atravesando la barrera placentaria, llegando a los no nacidos. Si bien aún no sabemos con certeza el impacto en la salud, los indicios son profundamente preocupantes e involucran afectaciones que van desde las alteraciones endocrinas, daño celular, inflamación crónica. ¿Acaso necesitamos esperar a que el desastre sea irreversible y las consecuencias sanitarias colapsen nuestros sistemas para, por fin, actuar? La incertidumbre, esa cómoda excusa, no puede seguir siendo el escudo de la parálisis gubernamental y corporativa, ese cinismo sistémico.
La inacción puede generar ansiedad y desconfianza entre la ciudadanía. La exposición a microplásticos en el agua sin herramientas claras para defenderse ni protección adecuada de las autoridades es preocupante. Cada estudio que confirma la presencia de microplásticos destaca la necesidad de tomar medidas por parte de quienes tienen el poder y la responsabilidad de efectuar cambios.
Frente a esta situación, deberíamos estar solicitando transparencia en el monitoreo de microplásticos en el agua potable y alimentos, con reportes públicos accesibles y periódicos. Esta solicitud debe ir acompañada de una regulación que promueva alternativas sostenibles y sancione a las industrias contaminantes. Además, es necesario invertir en investigación para comprender los impactos en la salud y desarrollar soluciones. Es urgente que se actualicen nuestras normativas y se adapten a los nuevos riesgos planetarios incluyendo estos microplásticos, los PFAs y pesticidas.
También se requiere una educación que informe adecuadamente al ciudadano y comprendamos nuestro papel como personas que contaminan para poder impulsar el cambio desde nuestras prácticas.
Los microplásticos son una amenaza real. Debemos actuar inmediatamente. Los microplásticos están presentes incluso en el agua potable. Nuestra salud está en riesgo.