El arzobispo de Yucatán, monseñor Gustavo Rodríguez Vega, declaró que evangelizar es sembrar la paz de Cristo, y recordó que el Señor llama “hijos de Dios” a quienes trabajan por la paz (cf. Mt 5, 9).
“La paz que necesitan los pueblos y todas las comunidades humanas se construye mediante el diálogo y el fortalecimiento del tejido social. La paz nace de la justicia, pues es su fruto (cf. Is 32, 17). El Papa Pío XII, en los años cuarenta, decía que la paz es fruto de la justicia; san Pablo VI, en los sesenta, añadía que es fruto del desarrollo armónico de los pueblos y de cada persona; y san Juan Pablo II afirmaba en los ochenta que la paz nace de la solidaridad entre pueblos y personas. Finalmente, el Papa Francisco enseña en la encíclica Fratelli Tutti que la paz es tarea de todos, porque todos somos hermanos”, expresó el arzobispo.
Recordó que el Papa Francisco inició su pontificado saludando con “La paz sea con ustedes”, y en su primera homilía habló de unidad y paz:
“Hoy vemos demasiada discordia, muchas heridas causadas por el odio, la violencia, los prejuicios, el miedo a lo diferente, y por un paradigma económico que explota los recursos y margina a los más pobres. Nosotros queremos ser, dentro de esta masa, una pequeña levadura de unidad, comunión y fraternidad. Queremos decir al mundo, con humildad y alegría: ¡miren a Cristo! ¡Acérquense a Él! ¡Acojan su Palabra, que ilumina y consuela! Escuchen su propuesta de amor para formar una única familia. En Cristo somos uno. Ese es el camino: caminar unidos entre nosotros, con las Iglesias cristianas hermanas, con quienes siguen otros caminos religiosos, con quienes buscan a Dios, con toda persona de buena voluntad, para construir un mundo nuevo donde reine la paz”, citó.
Monseñor Rodríguez comparó el crecimiento de la Iglesia con el desarrollo humano: “Así como nuestro cuerpo cambia con los años —de bebé a niño, de niño a adolescente, de adolescente a adulto— pero seguimos siendo la misma persona, así la Iglesia ha crecido y se ha transformado a lo largo de los siglos, sin dejar de ser la misma fundada por Jesús”.
“Lo permanente en el ser humano es el espíritu, aunque el cuerpo cambie; y lo permanente en la Iglesia es el Espíritu Santo, que la guía y alimenta para que permanezca en la misma fe, esperanza y caridad. El Espíritu también acompaña los cambios: el número de cristianos, las normas que rigen la convivencia, y la comprensión del misterio cristiano”, explicó.
Señaló que, en el Evangelio según San Juan, Jesús, tras enseñar a sus discípulos en la Última Cena, introduce la cátedra del Espíritu Santo, quien vendrá en Pentecostés:
“Jesús dijo que el Espíritu enseñará todas las cosas, porque los apóstoles no podían comprender toda la sabiduría en ese momento. Su enseñanza es gradual, y el Espíritu irá recordando las palabras de Jesús, iluminando su aplicación a cada circunstancia”.
“En la primera lectura de hoy (ayer) vemos una gran enseñanza del Espíritu: cuando fueron bautizados los primeros paganos, los apóstoles, que solo conocían a los judeocristianos, no sabían qué exigencias de la ley antigua aplicarles”, comentó.
Por ello, destacó, la conclusión del primer Concilio de Jerusalén fue: “El Espíritu Santo y nosotros hemos decidido no imponerles más cargas que las estrictamente necesarias” (Hch 15, 28). Esa decisión permitió a la Iglesia exclamar con mayor sentido el Salmo 66: “Que te alaben, Señor, todos los pueblos. Aleluya”.
Indicó que la Iglesia ha avanzado en el tiempo tomando nuevas decisiones y profundizando en su doctrina. Cada sínodo, concilio o determinación del Papa y los obispos en comunión responde a la misma lógica: “El Espíritu Santo y nosotros”.
Durante los primeros siglos, abundó, los pontífices y obispos guiaron la reflexión teológica sobre la Trinidad, la Encarnación, la Maternidad y Virginidad de María, entre otros puntos.
“Esos temas se abordaron en los primeros concilios, y la Iglesia continúa asistida por el Espíritu Santo. Lo que decide es y será ‘con Pedro y bajo Pedro’. Esta es la norma que garantiza la unidad y continuidad: la comunión con el sucesor de Pedro”.
Añadió que lo que ocurre en la Iglesia también debe vivirse en cada cristiano: “Si nos dejamos enseñar por el Maestro interior —el Espíritu Santo— y recordamos las enseñanzas de Jesús sin manipularlas, creceremos en santidad”.
Citó el Evangelio de este domingo: “El que me ama cumplirá mi palabra” (Jn 14, 23).
“No se trata de un amor sentimental o de palabras, sino de un compromiso con la palabra de Jesús. Con esta regla podemos medir nuestro amor al Señor”.
Destacó que Jesús entrega su paz a los apóstoles y, por medio de ellos, a la Iglesia: “La paz les dejo, mi paz les doy” (Jn 14, 27), palabras que el sacerdote repite en cada Eucaristía antes del saludo de la paz.
“Pero si Cristo nos dio la paz, ¿por qué hay guerra en Ucrania? ¿Por qué tanta violencia en México y en el mundo? Porque Cristo no da la paz como la da el mundo. El mundo impone la paz con armas e injusticia. Jesús dice: ‘No se la doy como la da el mundo’. La paz de Cristo es un regalo para quienes creen y confían en Él. Está en nosotros conservarla y difundirla. Por eso añade: ‘No pierdan la paz ni se acobarden’”.
Finalmente, señaló que la segunda lectura habla de “la nueva Jerusalén, la Ciudad Santa”. San Juan dice: “La muralla descansaba sobre doce cimientos, en los que estaban escritos los doce nombres de los apóstoles del Cordero” (Ap 21, 14).
“Esta imagen revela que la Iglesia descansa sobre los apóstoles, no solo porque conservamos su fe, sino porque siguen vivos en la figura del Papa y los obispos. Toda acción que se realiza con Pedro y bajo Pedro —en comunión con el Papa— es guía del Espíritu Santo, que sigue enseñándonos y recordándonos las palabras de Jesús”, concluyó.
Texto y fotos: Darwin Ail