El Cine en partiular el Musical derrocha lo que Friedrich Nietzsche identificaría como dionisiaco en oposición a lo apolíneo. Es categóricamente visceral, emocional ante lo rígido, catártico. Música y baile alcanzan emoción pura como ningún monólogo lo haría.
Nietzsche, antes de declarar a Dios muerto, antes de ser escriba del hablar de Zaratustra, y mucho antes de ser el ídolo de miles de adolescentes que malinterpretan el nihilismo, escribió “El nacimiento de la tragedia”. En ella, pone al drama griego en dos vertientes: de Apolo, y de Dionisio.
El cine apolíneo es mecánico, poético pero literal en sus representaciones: lo que ves es lo que es. El cine dionisíaco por excelencia es el musical: empapado –o embriagado mejor dicho–, de sentimiento. La representación es más metafórica, más imaginaria, más arcaica y mística. La melodía y el baile hablan por sí mismos. Dolores y amores se infieren sin prescindir de código o idioma. La música, como decía Walter Pater, es la más pura de las artes por su universalidad.
El musical tuvo su apogeo durante un periodo cuyo modelo de producción fílmica haría sonreír a Henry Ford. Es paradójico que entre tanta sobriedad y burocracia haya encontrado su muy particular rincón. Tal vez por eso mismo logró tanto: la necesidad de destacar.
Ahora, en años que todavía cargan el estandarte del cine de autor, el método ya no es tan mecánico. Vemos y escuchamos el musical más desinhibido, híbrido con otros zmodelos narrativos (¿y por qué no, si el cine posmoderno es uno de contradicciones y géneros itinerantes?).
El héroe de acción, sea de Tierra Media o del viejo oeste, sigue un metódico camino, aquel que fue documentado por Campbell en “El Héroe de las Mil Caras”. El musical, en contraste, no tiene necesidad de un héroe siquiera. Encuentra ascetismo en el crudo sentimiento humano en vez de buscarlo en adversidades heroicas. La única búsqueda espiritual que hace es por un inefable sentir. Como a Nietzsche, no le hace falta Dios o mito.
El género musical le da la espalda (o en años modernos, se da la vuelta y consume) al templo campbelliano, sitio de solemne culto, ese con paredes ornamentadas de un vía crucis cuyas estaciones portan leyendas como “las primeras heridas” o “el descenso a la cueva”. El musical no necesita un manual cuasi-religioso para hacer sentir. Simplemente lo hace. Nietzsche estaría orgulloso.