Niños eléctricos

CARLOS HORNELAS

carlos.hornelas@gmail.com

Para mi Paola, mi niña.

En España acaban de vivir un apagón que los dejó sin electricidad durante horas. Sin servicio de internet, y, por lo tanto, sin entretenimiento. Sin cajeros automáticos. Sin ventiladores ni muchas de las comodidades del mundo actual. Los mayores afectados habrán sido aquellos que por enfermedad o necesidad dependían de estos servicios para sobrevivir y cuya angustiante situación pudo haberse considerado su peor pesadilla.

Pero poniendo de lado estos grandes inconvenientes, cuando la electricidad se fue, empezaron las buenas vibras. Mucha gente tuvo que salir de su casa por el calor y se enteró que tenía vecinos y pudo conocerlos personalmente.

En algunos clips de internet podemos observar que algunos vecinos se organizaron para sacar la bocina y gastar las últimas energías del teléfono celular para bailar en la calle. Algunos otros compartieron lo que tenían en casa para no desperdiciar lo que ya no se refrigeraba en la nevera. Unos pusieron algo de la comida, otros la bebida, otros la música. Yo creo que aún sin la luz eléctrica, eso los devolvió de algún modo a la niñez. Fue una especie de reseteo de fábrica. Hoy, nuestra infancia es, en gran medida, una niñez eléctrica. Recuerdo que Cortázar decía, en “Historias de cronopios y de famas” que cuando te regalan un reloj, sucede exactamente lo contrario: tú eres regalado al aparato que constantemente te pedirá que le des cuerda y te adaptarás a la tiranía de las horas, de las que desde ese momento serás consciente para toda tu vida.

A nuestros infantes les hemos diseñado, como generación, su dispositivo al cual tienen que servir, custodiar y valorar: el teléfono celular. Cuando les regalan un celular pasa lo que Cortázar nos cuenta con el reloj: tendrán que verificar que tenga suficiente batería, no lo podrán dejar olvidado en ningún lugar porque es un aparato inerte y más valioso que muchos seres vivos. Deberán custodiarlo y protegerlo de extraños y guardarán en él sus más íntimos secretos. Con él aprenderán a jugar, socializar, gestionar su tiempo de ocio y claro, también aprenderán algo.

Hemos diseñado esto como generación que les antecede para valernos de su poder adictivo, de su temprana adquisición, de nuestro desdén o indiferencia para criarlos o dialogar con ellos sobre temas espinosos para después recriminarles su falta de sociabilidad en la familia, su carencia de empatía con la realidad, su ensimismamiento hacia el aparato, su soledad colectiva en medio de la muchedumbre y para reprocharles que no nos hagan caso.

Cuando fui niño, mis compañeros de juego eran juguetes físicos y mis cómplices eran mis amigos de carne y hueso que podía ver, tocar y molestar todos los días, siempre y cuando su residencia no excediera el radio límite de cuatro cuadras alrededor de mi casa.

Mis juegos, como las caricaturas que veía en la televisión tenían un horario determinado y fuera del cual a veces tenía que refugiarme en la lectura para acabar con el aburrimiento, o en los brazos de mi abuela para escuchar sus historias e imaginarme a aquellas personas de las cuales me contaba, aunque no hubiera fotos ni videos ni imágenes para identificarlas.

Muchas paredes rayé. Mi mejor amigo, cuando el padre del colegio salesiano me preguntó mi nombre por haber roto la ventana con el balón, mintió por mí y le dijo que había sido un tercero. Eso, estoy seguro, no lo haría jamás ChatGPT en la mejor computadora del mundo.