No-cosas: un mundo sin posesiones (Tercera Parte)

Ángel Canul Escalante
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La mutación de las cosas a informaciones también supone consecuencias dramáticas. Las fotografías son un ejemplo de ello. Una foto puede ser una cosa querida. En su condición material esta nace, se desarrolla, se ve afectada por el tiempo y la humedad para al final palidecer y morir. La fotografía analógica tiende a guardar una belleza triste capaz de contar historias. Son capaces de evocar al otro, uno siente y percibe al otro en ellas, no por nada son comunes los casos donde en incendios o inundaciones los álbumes de fotos están entre las cosas que se busca que no se dañen.

Una fotografía analógica requiere hacerse, en el sentido amplio de la palabra. Previo a ella se halla un rito. El factor tiempo en constitutivo en la fotografía analógica. En ella sólo hay lugar para el demorarse, cada instante es irrepetible. Con la cámara analógica no se captura sin criterio o sin discreción: se observa, se analiza y se mide cuidadosamente cada imagen, incluso se piensa dos veces antes de hacer una toma. Dado su carácter artesanal, el resultado no es inmediato. Point de vue du Gras, la fotografía más antigua que se conserva, necesitó ocho horas de exposición en pleno sol para obtenerse.

La digitalización de la fotografía rompe la relación mágica de lo analógico. La eliminación de la foto en tanto objeto supone la pérdida del vínculo intenso e íntimo que la caracteriza. Nadie se enamora de una foto digital, no es única en el mundo, al contrario, puede ser copiada tantas veces se requiera. El smartphone produce una fotografía que no requiere un rito previo, se toman fotos sin más de forma compulsiva. No es una foto cargada de temporalidad que sea apreciada tanto como para ser guardada para su conservación, sólo adquiere valor en tanto pueda ser expuesta y compartida.

A las informaciones les caracteriza la fugacidad. De ahí que incluso hoy los amigos sean cada vez más efímeros. Los lazos duraderos pierden cada vez más importancia. Son incompatibles con el imperativo de consumo donde sólo las relaciones débiles y desechables tienen lugar. Una amistad duradera es improductiva porque requiere tiempo y demora, detenerse en la escucha. Es también una artesanía. Hoy el capitalismo ha empezado a vender toda clase de vínculos. En Facebook se enumeran los amigos, pero la amistad no es una cuestión numérica. Las amistades de internet en pocas ocasiones se vuelven duraderas. En ese ecosistema todo se dirige a hacer nuevos y diferentes lazos para desechar a los viejos. Uno puede dejar de hablar a alguien tan rápido como empieza a conocer a un usuario más. Para olvidar a alguien basta un botón de bloqueo.

Hoy son pocas las cosas que podemos decir queridas. Ahora las cosas están muertas. No se utilizan ni se poseen, sólo se consumen. Según Han, quizá sea un error creer que la materia no está viva, sucede que estamos demasiado ocupados para verla. Eso explicaría porque hoy entendemos a la Tierra como un recurso, la cual nos dedicamos a explotar y degradar. Hoy más que nunca es necesario devolverle su magia a la materia. Las cosas son lo que nos permiten ver el mundo. Sin cosas, solo con informaciones y datos es imposible entablar una relación con el mundo, hacer que nos importe. Por eso una nueva romanización del mundo es imperiosa, esta debe suponer una revalorización de la materia. Sólo una verdadera resurrección de lo querido podrá salvarnos de esta pobreza de mundo.