CARLOS HORNELAS
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Antes uno iba a la librería, compraba un libro, lo leía y podía prestarlo o cederlo a alguien más, para que lo leyera, lo regalara o lo donara a la Biblioteca. Un libro físico podía pasar por muchas manos y su destino final podía ser incierto.
Con la llegada de las plataformas digitales, particularmente con Amazon, el ciclo de este dispositivo cultural cambió. Si uno compra un libro electrónico lo tiene que hacer desde una plataforma digital con dinero electrónico para descargarlo en un aparato electrónico llamado Kindle para poder leerlo.
Cierto es que las opciones de personalización hacen en algunos casos la lectura más cómoda: puedes cargar con todos los libros que has leído a medias para darles otra oportunidad posteriormente y no será necesario que sientas el peso físico de su volumen. También puedes ajustar el ancho de la página, escoger una tipografía que te agrade, un tamaño específico de letra, qué se yo. Y puedes subrayar, buscar términos en el diccionario y leer en otra pantalla, si quieres hacerlo en línea.
Lo que no puedes hacer, y ya no podrás jamás, es llamar a ese contenido parte de tu propiedad. No hay un libro como el físico. Desde el fin de semana, Jeff Bezos, dueño de Amazon, el mayor distribuidor de libros en el mundo, físicos y electrónicos, lo ha dejado muy claro: cuando uno compra un libro electrónico en Amazon, no paga por la propiedad del mismo, como en el caso del libro físico, sino solamente por el acceso al contenido.
Amazon tiene la potestad de actualizarlo, cambiarlo o retirarlo de su catálogo, es decir, borrarlo.
En el reino de lo digital hay un cambio en la propiedad privada. Las películas de Netflix no son nuestras, solo el acceso, los libros de las bibliotecas digitales de mi universidad pueden cambiar si el distribuidor decide retirar las obras de su catálogo. Es una especie de propiedad líquida, de un alquiler permanente.
Pero esta situación ha querido hacer parecer que es deseable y hasta cómoda. La generación Z, sea por cuestiones económicas o falta de oportunidades de ascenso económico o social se está acostumbrado a no comprar casas, por ejemplo, sino a alquilarlas. Hay muchos problemas con comprar casas que van desde la ubicación, el pago de los servicios… y en última instancia, hay mucha movilidad y migración dependiendo de las oportunidades de trabajo, con ello, no ven suficientes razones para comprar.
Lo mismo ocurre con soportar el mantenimiento de un automóvil. De hecho, ¿tiene algún caso adquirir una deuda para moverse por la ciudad si uno puede pedir un uber?
Por otro lado, está la cuestión de que la digitalización nos está dividiendo entre el mundo de los propietarios y el de los arrendatarios. ¿podemos todavía aspirar a tener propiedades como les pasaba a nuestros padres?
Los propietarios empiezan a poner condiciones a los consumidores. Apple no deja que hurguemos en el interior de la computadora que ya nos pertenece porque perdemos la garantía. De manera que, si tiene un desperfecto, no podemos llevarla a otro taller que no sea de la marca. Lo que nos obliga a esperar hasta que puedan atendernos y no tenemos como consumidores la posibilidad de elección de quien queremos que nos atienda. Es una especie de monopolio de la marca.
Lo mismo ocurre con algunos automóviles, como los Tesla, que en una situación inverosímil, a veces se han negado a dar servicio a clientes que modifican algún aspecto exterior no funcional del vehículo para personalizarlo. Es como si solamente se tuviera acceso a esos productos y finalmente no fuéramos los dueños. No es como antaño cuando las licuadoras dejaban de servir y uno podía reemplazar las refacciones para hacerla funcional de nuevo. ¿Hasta dónde se extenderá ese modelo de propiedad?